Un sentimiento que nunca muere
El final puede llegar de un momento a otro. No importa cuánto
puedas alimentarte, los cuerpos se descomponen, la piel se reseca, los órganos
se pudren, la movilidad comienza a ser limitada hasta que de repente pierdes la
poca consciencia que aún te impulsa a continuar con todo aquello y te
conviertes en cenizas. Nadie renace, todos desaparecen con el paso del tiempo. No
existen sobrevivientes. Es entonces
cuando te das cuenta que si tienes que afrontar el fin del mundo, esfumarte con
el viento y dejar de existir. ¿Por qué no hacerlo en compañía? Quizá exista un
sentimiento que nunca muere, a pesar de que el resto del cuerpo lo haga, ese sentimiento
solo puede existir entre dos…
Andrea murió a sus veintiún años, en el momento más pleno
de juventud y energía, cuando su vida podía tener un futuro envidiable, un
presente con diferentes caminos por tomar y una meta fija. No era un muchacho
perdido, indeciso, más bien sabía lo que hacía, luchaba por sus convicciones. Como
podía llegar a tenerlo todo, incluso aquel coche deportivo que tanto había
soñado, su vida fue arrebatada sin sentido, junto con aquel
caos repentino que se desató en el mundo. No fue uno de los primeros en caer
victima de aquella pandemia, luchó todo lo que pudo hasta que fue mordido. Su
muerte no fue dolorosa, de un momento a otro había perdido prácticamente
cualquier motivo para existir, cualquier pensamiento coherente que lo guiara por
el plano de la realidad, solo existía para mover un pie delante del otro y
saciar aquella feroz hambre que amenazaba con hacer estallar cada uno de sus
huesos. Andrea se convirtió en un zombie, pero a pesar de que carecía de juicio
alguno, era consciente de una sola cosa: el fin estaba cerca.
Elena acaba de morir, con diecinueve años y ningún motivo
del cual arrepentirse no continuar con vida, ya que prácticamente nadie la va a
extrañar, ni siquiera ella misma se puede echar de menos. No sabe lo que
ocurre, no esta segura de cómo debe actuar, pero allí esta, sin vida alguna. A
su alrededor se encuentran los restos de quienes fueron sus compañeros,
personas que alguna vez conoció, con las cuales compartió momentos que se suponía
eran inolvidables, pero ahora solo aplasta sus trozos de carne, patea sus huesos,
mientras que intenta alejarse, buscar algo que la consuele. Sus pasos son
torpes, los movimientos le cuestan demasiado, su cerebro demora en dar las órdenes
correctas, los estímulos son lentos y parecen distraídos. No hace más que
vagar, merodear por aquella ciudad fantasma. Aún no siente esa hambre
insaciable, solo se mueve como lo que es, se impulsa a seguir caminando porque
no quiere sentir la verdadera muerte. Sus órganos han dejado de funcionar, esta
casi segura de ello porque si intenta respirar de sus labios escapan ronquidos,
como si se atragantara, y eso es lo único que puede escuchar, los complicados
ruidos que escapan de su boca y las fuertes pisadas de sus pies. No hay ningún
corazón latiendo, ese músculo ha dejado de bombear sangre por su cuerpo, lo que
implica que se debe ver pálida y cadavérica. Debería importarle, quizá si
encontrara el modo de verse en el reflejo de un vidrio, podría intentar
arreglarse el cabello y hacer algo con ese hilillo de saliva que hay por debajo
de sus labios, manchando parte de su barbilla. Debería buscar la manera de
vendarse las heridas, encontrar una solución a su pronta descomposición. Pero
no es del todo consciente, por supuesto que no le importa nada más que
continuar moviéndose. Y a pesar de que no ha visto cómo los zombies van perdiéndose
a si mismos, hasta convertirse en polvo, no esta segura de aquel extraño
presentimiento que la invade, pero sabe que es cierto: el fin se acerca.
La descomposición es parte de la muerte, es parte de la
existencia de un zombie. Andrea lo sabe, por eso ha aprendido a aceptarla, a vivir
con ella. No esta seguro de cuántas partes de su cuerpo faltan, pero mantiene
las dos piernas, los diez dedos de las manos, y la mandíbula prácticamente intacta
aunque su mejilla derecha lleva la piel rasgada hará meses y puede verse el
interior de su boca. Varias zonas están destrozadas de aquella manera, los músculos
abiertos, cortados, mostrando órganos en desastroso estado o vislumbrando
huesos que aún conserva. No recuerda cuántas costillas le quedan, ni qué ocurrió
con su páncreas, incluso ha perdido el dedo gordo de su pie izquierdo, allí
donde el zapato se ha roto. Igualmente se alegra demasiado de conservar ambos
ojos en un perfecto estado, si se podría decir que la mirada muerta es
agradable a la vista de cualquiera. Incluso se siente afortunado de conservar
el cráneo intacto, con una sucia, despeinada pero igualmente bonita mata de
abundante cabello negro y grasiento. Desde que fue mordido viste aquellos jeans
desgastados, que con el tiempo adquirieron nuevos tajos e innumerables manchones
de sangre reseca. La camisa que llevaba era sin mangas, bastante bonita, ahora le
falta un gran trozo que deja al descubierto su costillar izquierdo, mientras
que el otro lado esta intacto y mugriento. La tela es de un color azul que combina
con la tez verde pálida de todo su cuerpo. Comparado con otros cadáveres andantes,
aún le falta para caer rendido y hacerse polvo. Por eso continúa caminando
hasta que encuentra un motivo que lo paraliza en su sitio.
Cuando Elena logra que su columna vertebral la obedezca, consigue que su rostro se eleve en el ángulo exacto y sus ojos muertos enfoquen lo que a simple vista es otro de esos cadáveres vivientes, un zombie que ha decidido dejar de moverse. Pero a ella no le importa si aquel atractivo muerto sigue o no en movimiento, porque Elena no piensa dejar de caminar. Continúa hacia delante, directo hacia el joven que parece estar contemplándola pero su mirada esta tan lejos de allí que nadie podría asegurarlo. La muchacha siente que no tiene nada de lo que avergonzarse, ya que no esta para nada podrida como la mayoría de las mujeres zombies que ha visto. Su cabellera negra seguramente se ve brillante y fuera de contraste con el vestido rosado y decorado con sangre y trozos de algo más consistente como si se tratara de algún esponjoso relleno humano. Quizá podría haberse sonrojado si la sangre corriese por sus venas muertas, pero tal cosa era imposible. Solo se choca contra el fornido cuerpo del zombie que tiene delante suyo y abre la boca mostrando una mueca, lo que debería ser una especie de sonrisa. ¿Los zombies interactúan entre si? No esta segura, pero le gustaría poder comunicarse con aquel chico, conocer su nombre, su historia, dejar de sentirse sola y sin rumbo.
Andrea y Elena se encuentran tan cerca uno del otro que podrían
llegar a olfatear el olor putrefacto de sus alientos. Pero a ellos no les
importa, no piensan, simplemente se guían por un estímulo, una voz interior que
les obliga a moverse por inercia, como si aquello fuese lo más normal del mundo
y estuvieran destinados a que fuera de aquel modo. Estiran sus brazos muertos y
rodean sus cinturas. Cuando estaban vivos hacían aquello muy a menudo, era algo
natural, un gesto de cariño al cual llamaban abrazo. Ahora no saben exactamente
qué ocurre pero, como siempre, continúan adelante. Ambos inclinan sus cabezas
hasta que sus frentes se golpean de manera fuerte, produciendo un sonido sordo.
No les importa, no sienten dolor ante aquellos movimientos torpes y bruscos. Los
labios de Elena, aún suaves, se encuentran con los ásperos y resecos labios de
Andrea que se presionan con fuerza sobra la boca femenina, hasta que comienzan
a moverse de manera extraña, como si intentara morderla pero si necesidad de
usar sus dientes. ¿Qué esta ocurriendo? Ninguno sabe por qué de repente
comenzaron con aquel beso, pero los impulsos son más fuertes y no pueden
separarse, no aún.
Cuando por fin Andrea se echa hacia atrás, como si de
repente hubiera sufrido una descarga eléctrica, Elena aparta las manos del
chico muerto y permanece quieta en su sitio. Ninguno sabe qué hacer en el
segundo siguiente, que se extiende entre ambos provocando un incómodo silencio.
Es imposible hablar, no hay palabras que puedan salir de sus labios, no hay
modo que sus cuerdas vocales, carentes de vida, logren funcionar. Como no
existe magia que los ayude a conversar, que les indique cuál es el nombre de
cada uno, la historia, el motivo por el cual están haciendo aquello, entonces
deciden continuar adelante. Pero Andrea no desea hacerse a un lado y seguir con
el camino que estaba haciendo, no quiere permitir que aquella chica que lleva
poco y nada muerta se aleje en otra dirección para nunca más volver a verla,
porque sabe que en cuanto haga mas de un paso lejos la olvidará como hace con
todo lo demás que lo rodea. Ya se ha olvidado de la cantidad de muertes que
provocó desde que fue mordido, no recuerda los rostros de las personas antes de
que los hubiera matado para poder alimentarse de ellas. ¿Entonces cómo piensa
mantener en su memoria el recuerdo de aquella chica que apenas vio antes de que
su instinto lo obligara a besarla? Es prácticamente imposible, así que decide
actuar de la manera más descabellada jamás pensada. Esta cansado de existir de
aquella manera, sin sentido alguno hasta que el tiempo se lo lleve a quién sabe
dónde, dejando en su lugar penosas cenizas. Es por eso que su mano cobra vida
para sujetar la muñeca de la chica, aferrarse a ella como si la necesitara para
existir, jalar con fuerza para llevarla con él a un lugar donde puedan estar
juntos y afrontar el fin. Elena no opone resistencia.
La pareja de zombies invade la primera casa que encuentran
con la puerta destrozada, quitada de su sitio, adornando el suelo como si de
una alfombra se tratara. Con pasos decididos aplastan la madera húmeda y
mohosa, ingresan en el que alguna vez fue hogar de alguien, observan con su
mirada perdida las distintas habitaciones y encuentran lo que buscan. La cama
parece intacta, como si esperara a su bella durmiente, fiel a pesar del paso
del tiempo. Pero las princesas que se duermen son comida para los zombies. No
hay ninguna joven que muerda manzanas. Cada muchachita envenenada, cada
jovencita que muere, se mantiene en pie y continúa adelante, olvidando lo que
alguna vez fue aquel lugar de descanso, aquel objeto en el cual acostumbraban a
reposar. Pero Elena no es como el resto, ella se siente especial, cuando creía
que estaba completamente muerta siente el atisbo de algo más allá de la muerte,
algo increíblemente vivo se remueve en su interior. Disfruta el momento en que
Andrea la empuja hacia la cama y ella cae de espaldas sobre el colchón que se
mantiene en una condición razonable. Incluso intenta reírse, produce un sonido
estrangulado con su destrozada garganta cuando Andrea se sube a la cama, aplastándola
bajo su peso muerto. Una extraña felicidad la invade cuando las manos
masculinas, podridas y lastimadas, mostrando a simple vista algunos huesos,
comienzan a acariciarla lentamente, subiendo por debajo de su vestido,
sintiendo su intacta y fría piel. Andrea es presa de una lujuria que no debería
sentir, no siente hambre, no siente muerte, siente un deseo inexplicable por
poseer a aquella extraña chica recién muerta y lo demuestra con sus actos, con
sus caricias. Lo demuestra cuando la mira, porque sus ojos parecen brillar y le
gustaría poder aunque sea preguntarle su nombre, decirle un cumplido,
explicarle lo bonita que se ve con los cabellos revueltos y esparcidos sobre la
cama, mientras que él la desnuda como mejor puede.
El sexo no es algo que pueda llevarse a cabo entre dos
muertos. Elena lo sabe, lleva recordando que no hay sangre que corra por sus
venas desde que ha perdido la vida. No necesita ser inteligente para darse
cuenta que a pesar de lo mucho que ella pueda acariciar el miembro masculino de
aquel zombie, nunca logrará que endurezca o que en algún momento expulse algún
fluido corporal. Pero Andrea no quiere entenderlo, no parece importarle, él
continúa con su trabajo de arrancar el bonito y mugriento vestido de la chica
muerta. Las manos de Elena, cansadas de descansar inertes sobre el colchón, deciden
comenzar a moverse y se dirigen hacia el cabello lacio del muchacho, enredándose
en él y disfrutando del tacto que se imagina debe tener. Cuando Andrea consigue
hacer a un lado la tela que estorba sus lascivas intenciones inclina el rostro
hacia uno de los senos femeninos y muerde sin piedad, arrancando el botón
erecto de carne y masticándolo con ansiedad. Un gruñido mezcla de gemido y
asombro escapa de los labios de Elena al descubrir que aún hay sangre en su
cuerpo, que el líquido viscoso y carmesí tiñe los labios del chico muerto y
parte de su pecho. Pero en lugar de enfadarse por lo que acaba de ocurrir, se
siente más excitada que nunca. Elena acerca su rostro al oído masculino, como
si fuera a intentar susurrarle que le gusta aquel juego, pero en su lugar abre
su boca y con sus dientes atrapa el borde superior de la oreja. De un mordisco
arranca la carne, el cartílago, y descubre que a pesar de estar muerto no sabe
nada mal, quiere incluso más.
Una lucha apasionada se desarrolla entre ambos zombies. Los
cuerpos se rozan, se acarician, se mueven el uno contra el otro en un acto
puramente sexual. Poco a poco se dejan llevar por la situación, adaptando lo
que en vida era el más ardiente sexo a la situación que allí tenían, mordiendo
partes de sus cuerpos, alimentándose de ellos mismos al tiempo que hacían más
excitante el momento. Pero ambos sabían que si mordían todo lo que querían,
terminarían dejándose sin nada. Podía llegar a ser un suicidio de lo más
atractivo, solo que ninguno de los dos quería aquello. A pesar de que estaban
muertos le temían a lo que había después de aquella penosa existencia. Por eso,
para intentar mantenerse lo más vivos que podían, hacían aquello. Elena se movía
como mejor podía, sin vergüenza alguna a pesar de encontrarse completamente
desnuda. Andrea estaba ciego, solo veía aquella extensión de piel pálida,
aquellas perfectas curvas que sus manos no podían dejar de recorrer. Había
conseguido abrir de piernas a la muchacha, y sus huesudos dedos se turnaban
para inspeccionar el interior de la chica, esperando encontrar reacciones por
parte de ella, acostumbrado a lo que eran las relaciones sexuales cuando tenían
vida. Pero cansado de no obtener quejido alguno, terminó optando por lo nuevo,
lo excitante. Volvió a inclinar su cabeza hasta atrapar con sus dientes un
trozo de aquella delicada piel que aún se conservaba, y arrancó la pequeña
campana que logró extraer extraños sonidos de la boca de Elena. Solo Dios sabía
cuán deliciosa era aquella chica muerta, y Andrea por supuesto.
Elena se dejaba hacer, disfrutaba con los mordiscos, las
caricias, los juegos que el chico zombie hacia con ella. Se sentía mucho más
viva que cuando caminaba por las calles desoladas, sin rumbo alguno. Y qué irónico
era, que en ese momento a pesar de sentirse de aquella manera estaba
simplemente echada sobre una cama, sin moverse en absoluto. No quería quedarse
así, no quería parecer una muerta a pesar de que ya lo hacía. Así que sin
previo aviso sacó fuerzas de quién sabe dónde y se incorporó de la cama,
haciendo que el muchacho muerto se hiciera a un lado. Parecía que entre sus
intenciones estaba la de irse, pero no era así. Se inclinó como pudo sobre
Andrea y forcejeó con los pantalones del chico hasta que consiguió rasgar la
tela de jean y la ropa interior, apoderándose del miembro masculino que se
ocultaba por allí. Y si algo no había dejado de producir, eso era saliva. Extrañamente
su lengua no estaba completamente muerta, ya que podía producir uno que otro
gruñido. No guardaba ninguna esperanza para poder hablar, pero si que estaba
segura de poder hacer cosas un poco más interesantes en aquella situación. Mientras
se acomodaba sobre la cama, para inclinarse hasta acabar con la cabeza entre
las piernas del zombie, pudo notar que algunos de sus huesos se desencajaban,
como por ejemplo su hombro o una vértebra que se movía ligeramente hacia un
lado. Estaba segura que eso arruinaría su postura, pero en aquel momento poco
le importaba. Había conseguido introducirse el pequeño y arrugado trozo de
carne masculina dentro de su boca, llenándolo de saliva mientras procuraba no
morderlo. Entonces comenzó a mover su cabeza de manera que pareciera estar
haciendo una perfecta felación. Cualquier otra chica zombie habría tenido
envidia de aquello, ya que Andrea se sentía morir y renacer mientras recordaba
lo que en vida le producían aquella clase de acciones que hacía la chica muerta.
Incluso soltó un rugido desgarrador, como si llegara a un punto culminante,
cuando Elena hincó sus dientes en la piel y arrancó un gran trozo que comenzó a
masticar con gusto. Ambos se sonrieron, haciendo una asquerosa mueca que se suponía
debía ser una sonrisa y quizá estuvieron silenciosamente de acuerdo en que el
sexo entre zombies no estaba nada mal.
Una vez culminada la pasión, la vida comenzaba a extinguirse, la energía se esparcía lejos y ambos caían en un extraño sueño. No estaban seguros si era un simple recuerdo de sus momentos más humanos, cuando luego de una perfecta sesión de actividad sexual se dejaban caer en los brazos de su pareja y dormían plácidamente Pero Andrea y Elena hicieron aquello. Ya no le encontraban sentido a seguir moviéndose, por lo que se acurrucaron en una especie de abrazo, estirados en aquella cama que parecía haber adquirido nuevos dueños. Estaban muertos, pero existían en aquel momento y no iban a irse dentro de mucho tiempo. Aún les faltaba un largo camino por recorrer, el tiempo debía comerlos lentamente hasta que estuvieran listos para caerse a pedazos por si mismos, abandonando aquel cuerpo al cual estaban encadenados. Pero algo había cambiado. Ya no tenían miedo de lo que les traería el porvenir, ya no les importaba ser inconscientes, dejarse llevar por los impulsos y no recordar absolutamente nada. Incluso el hambre supondría un problema mínimo. A partir de aquel entonces, ambos estaban juntos y se tenían a si mismos para poder superar el obstáculo que se les interpusiera. Porque siendo dos, tanto la vida como la muerte, podía ser mucho más amena…
Una vez culminada la pasión, la vida comenzaba a extinguirse, la energía se esparcía lejos y ambos caían en un extraño sueño. No estaban seguros si era un simple recuerdo de sus momentos más humanos, cuando luego de una perfecta sesión de actividad sexual se dejaban caer en los brazos de su pareja y dormían plácidamente Pero Andrea y Elena hicieron aquello. Ya no le encontraban sentido a seguir moviéndose, por lo que se acurrucaron en una especie de abrazo, estirados en aquella cama que parecía haber adquirido nuevos dueños. Estaban muertos, pero existían en aquel momento y no iban a irse dentro de mucho tiempo. Aún les faltaba un largo camino por recorrer, el tiempo debía comerlos lentamente hasta que estuvieran listos para caerse a pedazos por si mismos, abandonando aquel cuerpo al cual estaban encadenados. Pero algo había cambiado. Ya no tenían miedo de lo que les traería el porvenir, ya no les importaba ser inconscientes, dejarse llevar por los impulsos y no recordar absolutamente nada. Incluso el hambre supondría un problema mínimo. A partir de aquel entonces, ambos estaban juntos y se tenían a si mismos para poder superar el obstáculo que se les interpusiera. Porque siendo dos, tanto la vida como la muerte, podía ser mucho más amena…