Traduccion.
Le tengo miedo a la obscuridad.

La oscuridad reinaba el pasillo. La escuela se sumía en un intenso silencio. Sólo un limitado grupo de alumnos solía quedarse hasta aquellas horas de la noche. El taller instrumental se dictaba para aquellos que tenían tiempo libre al salir del colegio y que amaban la música. De entre ellos había una niña en especial, que asistía porque su madre le había obsequiado una guitarra. Aún así, por más que tratara y tratara, nunca lograba dominar las cuerdas con sus dedos.


En ese entonces trataba y trataba, y aunque fallara, seguía intentándolo hasta que las manos le dolieran. Apenas conseguía que le saliera un acorde sin desafinar al bello instrumento. Pero lo que mas adoraba era practicar fuera del salón de música. Se situaba en el suelo, de espaldas a la pared, y observaba el extenso pasillo del subsuelo ceñirse a lo lejos, en la negrura absoluta. Solía acariciar las esbeltas curvas de su guitarra mientras tocaba música en su mente, aislada del grupo, del mundo.

Sin embargo esa noche en particular el fondo del pasillo no era infinito. Al fondo del mismo se vislumbraba una pequeña luz carmesí. Un perfecto cuadrado se delineaba bajo la tenue luz color sangre. La pequeña no podía apartar los ojos de aquel espacio dónde se situaban un par de cuerpos humanos, desprovistos de vida. Aquellas figuras no tenían piernas. Estaban situadas en el suelo, desde la cintura hacia arriba, y miraban fijamente hacia ella. Un escalofrío le recorrió la espalda.

Creía que todo era obra de su imaginación, que aquello no estaba en realidad allí. Quizá fuera una especie de espejismo. Ya que estaba un poco cansada por falta de sueño. Trató de convencerse de que no tenía porqué prestar atención a algo que era falso. Hasta que un sujeto, vestido completamente de negro, apareció de la única puerta en toda la escuela que permanecía cerrada noche y día también. Los ojos la atravesaron desde la lejanía antes de que pudiera regresar al salón y una mano la saludó acompañada de una sonrisa que decía más que mil palabras.

El miedo atenazaba con dormirle los músculos. Deseaba ponerse de pie y salir corriendo. Pero aquella figura a lo lejos la inmovilizaba. Presentía que debía quedarse, y contemplar el acto que se produciría frente a sus ojos. Simplemente observó cómo aquel hombre se situaba entre ambas figuras humanas y realizaba poses extrañas. La voz que despedía de su boca llegaba perfectamente hasta sus oídos. Su cuerpo temblaba al ver aquel acto que fácilmente se denominaría satánico.

-Oremos… Oremos… Oremos…-repetía con voz rasposa aquel sujeto.

Fue cuestión de minutos para que sujetara uno de aquellos cuerpos entre sus manos y lo elevara en el aire. La niña no supo exactamente lo que estaba sucediendo hasta que sus piernas se movieron sin su consentimiento y corrió hacia el interior del salón de música. Un momento luego se sintió lo bastante segura como para contestar las miradas interrogatorias que le dirigían los presentes.

-Un extraño grita cosas en el fondo del pasillo-explicó sin saber qué otra cosa decir.

Se había dejado la guitarra afuera, así que un par de compañeros la acompañaron a buscarla. Todos pudieron ver lo que sus ojos veían, y le confirmaron que no estaba loca. Entonces comenzaron a sacarse conclusiones sobre lo que veían, una mas descabellada que la otra. Su profesora se limitó a decir que debía ser un conserje haciéndoles una jugarreta con maniquíes. Sin embargo todos estaban lo bastante asustados como para dudar de las palabras de la mujer.

Cuando la oscuridad volvió a reinar todos volvieron a sus prácticas. Sin embargo un grupito optó por ir al baño. La niña quiso acompañarlos, pero la obligaron a permanecer en el salón. En un momento comenzó a asustarse porque no regresaban y decidió que iría a ver qué ocurría. Fue ahí cuando oyó ruidos extraños a lo lejos. Se paralizó de inmediato y observó en dirección al fondo del pasillo. Una figura, de sexo indefinido, intentaba forzar una puerta. Si no se equivocaba, estaban intentando entrar en la biblioteca. Y ella no sabía qué hacer mientras veía aquel cuerpo intentar abrir violentamente una puerta.

De repente la figura se detuvo. El silencio reinó por un pequeño instante mientras volteaba para fijar su vista en la pequeña. El miedo aguijoneó el cuerpo de la chica y le advirtió que debía huir. Fue un presentimiento extraño, pareció que alguien susurraba que huyera antes de que la persona que la miraba le diera alcance. Y no se lo pensó dos veces, sus pasos apresurados se oyeron por toda la escuela. Corrió escaleras arriba, subiendo los escalones de par en par y llegó al hall de entrada con la respiración agitada, temiendo que aquello que la perseguía la atrapara.

La luz la recibió con los brazos abiertos. Una portera paseaba por el sitio cuando la vio llegar corriendo. Le ordenó que caminara y la dejó tranquila. La niña volteó asustada y no vio a nadie detrás de ella. Se adentró en el baño y se encontró con sus compañeras. Todo parecía estar en orden…

Así fue como descubrí que por alguna razón vamos al colegio de mañana o tarde. Que es preferible que los niños concurramos de día, cuando todavía hay luz que nos mantenga seguros y a salvo. Pues nadie sabe lo que se puede encontrar en lo oscuro de un colegio. Nunca nadie supo lo que vi de pequeña aquella noche. Y así los misterios siguen siendo solo eso, misterios…

Jessica C. Black

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