El alma definitiva. Cap 1


Es la primera vez que siento el alma tan pesada. No puedo con esta terrible carga. Ni siquiera cuando robé o mentí por primera vez me sentí tan mal. No quiero cargar con esto, estoy más que segura. Hay una diferencia entre la situación a la que debo enfrentarme y mis otras primeras veces, intento ignorarla. Era una niña que actuaba impulsivamente guiada por sus caprichos, ahora soy una adolescente llegando a la madurez y tengo que saber tomar decisiones correctas. Sin embargo no puedo evitar pensar que lo que estoy cargando no es correcto.
Todo comenzó hace poco. Faltaba medio año para que cumpliera la mayoría de edad. Algunas de mis amigas me envidiaban, por ser la más joven del grupo. Creía comprenderlas, sólo deseaba poder retrasar el tiempo y volver a mi niñez. Estaba segura que la universidad no era lo mío, que las responsabilidades no iban conmigo. Sin embargo nada había evitado que me inscribiera en una. Tenía una familia que se enorgullecía de mí, no podía defraudarles, iría a una de las mejores universidades. Tendría que adaptarme a un nuevo mundo, uno donde mis compañeros de secundaria no estarían, donde mi familia no estaría, donde el estudio era lo primordial. Me alejaría de todo lo que había conocido hasta ahora para tener un extraño nuevo comienzo…
El sitio donde estudio es un establecimiento común y corriente. Puedes presenciar a estudiantes y profesores ingresar en él y marcharse del mismo con sus expresiones de cansancio o seriedad. El rumoreo inunda todas las salas, los pasillos, los aseos, los jardines. Cuando no se escuchan voces el sonido es reemplazado por el del rasgueo de las plumas sobre los papeles o las tizas sobre las pizarras. Si uno se detiene a oír puede distinguir hasta el sonido de los trapeadores manipulados por los asistentes de limpieza. Nada fuera de lugar, excepto ese siniestro presentimiento.
La ciudad es de lo más normal. Soy muy nueva así que aún no la conozco del todo. Pero donde vivo, cerca de la universidad, es muy tranquilo. A cierto horario pareciera que todas las personas se fueran a dormir, como si se desconectaran del mundo. Las únicas luces que alumbran la ciudad son viejos faroles, al menos en el distrito en el que me mudé. Los vecinos son amables y tranquilos. Puedo llegar a creer que no tienen niños o que éstos son muy obedientes ya que no se oyen gritos ni llantos. En el aire solo puede sentirse una atmosfera demasiado tensa. Al menos así es como pienso yo, la seguridad es lo que más me importa así que acostumbro a encerrarme en el mono ambiente que alquilo. Habitúo pasar largas horas sentada en la ventana y jamás he visto a mucha gente pasar. Es muy fácil sentirse solo.
Podría decirse que he tomado una de las decisiones más exitosas de mi vida. En unos años obtendré una licencia y comenzaré a trabajar, tendré gran éxito y muchas opciones de trabajo porque voy a estudiar en una universidad prestigiosa que me brindará las mejores salidas laborales. Mis padres podrán estar orgullosos de su hija mayor. Sin embargo mi vida no es tan sencilla como parece. En ningún folleto, ni siquiera en internet, decía sobre lo terrible que debía enfrentar en aquella anormal clase de sociedad donde había acabado. Desearía poder regresar a mi vida anterior, mi ciudad natal, al abrigo de mis padres, a mi infancia. Mas estoy atrapada en esta situación sin salida.
El primer día de la universidad fue cuando comenzó mi tormento. Comenzó como cualquier otro día. Me vestí sencilla y desayuné, luego partí hacia la institución. Al llegar el tumulto de gente no me asombró, ni siquiera me incomodó, ya que todos estaban ensimismados en sus problemas o estaban con sus respectivos grupos de amigos. Yo no era la única nueva, todo un gran alivio. Un hombre apareció en la entrada, tomó un megáfono y solicitó que primero ingresaran únicamente los novatos. En seguida me apresuré a ingresar, creyendo que nos explicarían algunos términos importantes antes de que comenzáramos a estudiar allí.
Mi primera sospecha, más bien lo primero que me incomodó, fue el extraño sujeto que nos había llamado. Con una seña nos obligó a seguirle hasta una extraña habitación que al principio no supe reconocer. En lo único que pude fijarme era la andanza descolocada del hombre, parecía que era cojo, y sus ojos eran desiguales, uno era definitivamente de vidrio. Un escalofrío me recorrió de pies a cabeza cuando en su rostro se dibujó una sonrisa afilada como una navaja y dio a conocer la ausencia de unos numerosos dientes. Pero lo que más me impactó fue lo que cargaba en su cintura, un revolver del cual no apartaba su mano izquierda. ¿Cuál era el peligro para estar tan pendiente?
Mi pregunta resonó varios instantes en mi cabeza hasta que él se dignó a hablar. Su voz era gruesa y algo incomprensible, pero todos procuraban hacer un silencio sepulcral. La explicación fue sencilla, todos asintieron ante la última palabra y comenzaron a retirarse. Aunque yo no lo hice, no asentí, no me moví, yo no aceptaba aquellas palabras. Estaba helada, la temperatura de la habitación parecía haber bajado notoriamente, o la idea que representaban las afiladas palabras de aquel hombre me helaron la sangre.
-¿Qué edad tienes, pequeña?-consultó sin preocuparse en la mirada de terror que le devolvía, lo había observado cómo se acercaba rengueando, y aún así su voz no había cambiado ni siquiera un poco, parecía monocorde y desinteresada, eso logró que reaccionara.
-Diecisiete, señor-contesté con voz firme, como si me hallara en un reformatorio, o algo por el estilo.
No quise burlarme, tampoco sonar graciosa.  Simplemente estaba nerviosa, asustada, me sentí demasiado pequeña y mi voz sonó algo cortada. Él sólo rió, fue algo escalofriante ya que se asemejaba al sonido de la cama vieja de mis padres al moverse, había noches en que ese ruido no me dejaba dormir. Estaba segura de que aquella noche no dormiría nada después de haberlo conocido, después de haberme enterado de lo que tendría que soportar durante unos largos años. Su mano huesuda se aferró a mi hombro y me dirigió una directa mirada de seriedad, parecía querer transmitirme confianza, pero con eso sólo me espantaba aún más. Tomó mi mano izquierda, con cierta solemnidad, y en ella depositó su arma. Las luces del sitio aumentaron y pude distinguir como la habitación crecía dejando, para mi mal gusto, ver una sala de práctica de tiro.   
-Te enseñaré a utilizarla, así te acostumbrarás. Es sencillo, sólo tienes que elevar las manos así…-comentó depositando sus manos en lugares de mi cuerpo donde nadie más que mis hermanos o padres habían tocado y guiándome en una posición demasiado complicada.-No tengas miedo, con mis indicaciones le darás fácilmente al blanco.  
Si me detenía a fijar en las reacciones de mi cuerpo, podía compararme con una gelatina. Temblaba demasiado, no podía mantener firme los brazos. Me esforcé por mantener la cordura, respirando hondo. Pero él tomó unos objetos y se acercó tomándome desprevenida. Sentí cómo me colocaba unas orejeras en mi cabeza y unas gafas. Sus acciones no eran torpes, sino seguras, podría haberle considerado un padre de no ser porque uno no me enseñaría a disparar un arma. Contuve las lágrimas, cerrando los ojos y jalé del gatillo.
-¡Estuviste cerca! Eres fantástica ¿Esta es tu primera vez? Es difícil manipular a esta preciosidad, pero tú no has tenido muchos problemas..-comentó con un extraño orgullo en la voz desordenando mi cabello como si fuera un niño.
Mi cara se contrajo del asco al oír la manera en que se refería el hombre a aquella aberración que sujetaba con fuerza entre mis manos. No comprendía nada, sólo deseaba que todo fuese un sueño. Respiré hondo y suavicé el agarre, dejando que mis manos colgaran sin vida a ambos lados de mi cuerpo. Tenía tantas preguntas sin respuestas en mi cabeza que comenzaba a dolerme. La sonrisa del extraño hombre aumentaba mis dolores…
-¿Por qué? ¿Por qué hay que recurrir a las armas? ¿Qué clase de vida es esta?
-Es una manera segura de brindar paz a los ciudadanos, solo tienes que vivirla para comprenderla.
Un estruendoso golpe sonó por toda la habitación, retumbando en mis oídos. Inevitablemente pegué un brinco y grité del susto. Alguien se sostenía sobre sus rodillas, realmente agitado tratando de componerse en la puerta del recinto. Miré aterrada al muchacho y solté un suspiro. Aunque no había motivo para azotar la puerta de tal manera estaba aliviada de que el sonido no fuera proveniente de un disparo.
-Señor, nos falta alguien… Morgan Shizuko…-explicó con la respiración entrecortada y sin darme cuenta levanté la mano.
-Presente.
Mi reacción tan poco usual en una joven de mi edad, como había explicado el hombre entre escalofriantes risas, cortó el ambiente de tensión que se había instalado ante mis incómodas preguntas. Deseaba saber más pero al parecer debía descubrirlo por mi cuenta. Estaba molesta aunque no lo demostraba. El joven que irrumpió se marchó más tranquilo y mi acompañante se acercó a la puerta, riendo mientras me daba la espalda.
- Tú nombre dice que eres una niña tranquila, sin embargo te manejas bien con las armas… ¿Cómo es que tu origen es distinto al de tu nombre?
-Una madre aficionada…
-Cuida bien del regalo que te di, ya nos veremos más adelante-se limitó a contestar con una sonrisa menos horripilante y más compasiva de lo que merecía…
En realidad me gustaba mi nombre. No importaba que fuera japonés mientras que toda mi persona, mi familia, hasta mi apellido fueran ingleses. Tampoco importaba que el significado del nombre tuviera algo que ver conmigo misma o no. Yo era Shizuko y nadie podría cambiar eso. Pensando en mi inusual nombre me olvidé de preguntarle el suyo al hombre que terminó regalándome la pistola y dejándome sola en aquella sala de tiro.
Un a vez hube estado sin nadie a mi alrededor mis piernas fallaron y caí de rodillas al suelo, sin poder contener las lágrimas. Yo no quería portar un arma, no quería estar pendiente de las acciones de los demás, no quería vivir en un sitio donde cualquiera podía pegarte un tiro ante la más mínima provocación. Había podido fingir bien mi incomodidad, pero ya sin nadie que pudiera verme no podía contener mi angustia. Ver el arma tirada en el suelo me desesperaba. Con movimientos rápidos la oculté en la mochila y sollocé un largo rato más. En ese momento estaba demasiado asustada como para continuar con una vida normal…  
A pesar de que comenzaba a pensar que todo era irreal, que equivocadamente estaba soñando que formaba parte de alguna extraña película de acción donde las armas eran tan comunes, me puse de pie y fui a clases. Primero me detuve en un aseo y me encargué de limpiar el rastro de lágrimas. Aunque desde cualquier punto de vista mis ojos rojos e hinchados me hacían ver fatal, como si no hubiese dormido en toda la noche. Igual asistí a todas las clases, ese primer día y luego volví a encerrarme en la seguridad de mi pequeño hogar, si es que podía llamarlo así.
Dormí al lado de la ventana, con el teléfono celular junto a mí. Estuve debatiendo durante largas horas la idea de llamar a casa y contarles todo, o de llorarle a mis padres que me dejaran volver. Pero cierto orgullo me lo impidió, acabé profundamente dormida con las mejillas húmedas. La ventana aún permanece siempre abierta, a la espera de que se pueda oír algún tiro, pero nunca ocurrirá.
Actualmente llevo tres largos meses tratando de acostumbrarme a este estilo de vida. No es nada sencillo vivir en un sitio donde es común cargar un arma de fuego. Uno está consciente del peligro, de que en cualquier momento alguien puede disparar y darte. Es tan desesperante andar todo el tiempo preocupada por el hecho de que puedes perder la vida en un instante. También temo presenciar el acto en que alguien muera en frente de mis ojos, en que alguien dispare a una persona ajena a mí. Sin embargo ninguna de mis preocupaciones se hace realidad, solo viven en mi cabeza y se alimentan de mi miedo y angustia.  

Continuará...






Jessica C. Black

3 comentarios:

  1. genial, me gustó mucho ! ya espero lo que se viene ! :)

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  2. genial, me gustó mucho ! ya espero lo que se viene ! :)

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  3. Waaa~ me atrapo
    es fascinante *A*
    espero el siguiente nee~

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Un suspiro del alma... Solo eso te pido...