Embrujada


«Bienvenido a la pensión “El séptimo infierno”, aquí es un bonito sitio donde usted vivirá de manera ardiente y cómoda, siempre y cuando sea ordenado y no disturbe la paz de los demás huéspedes. Se acepta toda clase de criaturas sobrenaturales, mientras que no traigan problemas al albergue. Tampoco debe olvidarse de pagar la renta todos los número siete del mes, sino se sufrirán las consecuencias. Luego de eso no hay nada más que decir ¿Cuánto planea quedarse?»
Esas habrían sido mis palabras de bienvenida de no ser por el nuevo huésped que me observaba desde la acera. Yo había abierto la puerta con la misma amabilidad de siempre, llevaba la misma sonrisa falsa para los nuevos inquilinos, e incluso me había cepillado el cabello color zanahoria para que no estuviera peor que una vieja escoba. Pero de mis carnosos labios no salió una sola palabra. Me había congelado en el umbral, sin saber qué diantres podía hacer con lo que tenía allí. No podía negarle una habitación a un cliente, iba en contra de todos mis principios e incluso podría traerme problemas con el ministerio. Sin embargo me vi obligada a cerrar y volver a abrir la deteriorada puerta de entrada, esperando en vano que no hubiera nadie afuera. El resultado de mis groseros actos fue un gutural sonido por parte del sujeto que tenía delante. ¿Ahora qué debía hacer?
Sin necesidad alguna de magia llegué a la fatídica conclusión de que mi vida siempre sería igual de desdichada. Pero todo aquello debía tener un lado positivo. Había una imagen que me había atormentado desde el momento en que tomé la carta de la baraja de un viejo tarot que encontré en el desván.  ¿Cómo podía pensar que aquel costal de huesos putrefactos sería el cambio que sufriría en mi vida? La muerte nunca es bien recibida dentro de la magia tarotista, sin embargo luego de la dolorosa destrucción venía una renovación o eso se suponía. Aceptar a aquel nuevo huésped podía convenirme tanto como arruinarme en el negocio. Debía correr todo un riesgo. Que no supondría problemas si aquello era una broma pesada del inquilino del segundo piso: Un hombre lobo resentido por que hacía un par de días le había dado calabazas por séptima vez. ¿Es que acaso nunca iba a entender que no me relacionaba con mis clientes? Sacudí mi cabeza, alejando todos mis pensamientos y aceptando el pequeño reto que tenía delante de mis narices y que ya comenzaba a apestar a muerte…  
-Por favor, pase usted al salón y póngase cómodo que pronto tendrá una habitación…-indiqué con grandes gestos hacia dónde tenía que dirigirse, sin intenciones de colocar un solo dedo sobre su persona-¿No ha traído equipaje alguno, no?
Estaba buscando alguna valija que pudiera pertenecerle, pero no había rastros de sus pertenencias. Aquel zombi que se adentró en mi pensión era un mal augurio y lo supe en seguida. No solo porque no traía alguna muda de ropa, sino porque pude oír claramente desde el hall los agudos chillidos del grupo de hadas que se hospedaban en la habitación cinco. ¿Cómo podía causar problemas desde tan temprano? Apenas había hecho veinte pasos dentro de la pensión, y ya había perdido un dedo en el camino. Decidí que luego limpiaría aquello y corrí a ver qué sucedía. Pero al llegar al cuarto de estar el alma abandonó mi cuerpo de un sobresalto, como si el mismísimo diablo la persiguiera. La única diferencia era que el humo purpura que salía a borbotones de la mandíbula desencajada de mi gato era lo que me perseguiría hasta el fin del mundo…
Lo primero que hice fue mirar con espanto a mi pobre gato negro. Él era mi tercer familiar, y había durado mucho más tiempo que los anteriores por aquel insignificante detalle: se había comido una lámpara mágica. Hubiese sido menos problemático utilizar un simple hechizo para quitársela del estómago. Pero eran más las posibilidades de que alguien frotara una lámpara esperando para que saliera un genio a cumplir sus deseos y menos las que alguien se pusiera a acariciar al familiar de una bruja. ¿Y por qué no? Siempre estaba la remota opción de un zombi sacudiendo a tu felino animal con claras intenciones de comerlo, hasta que este terminó liberando al genio que habitaba en su interior. Aún así era un pequeño alivio ver que el gato seguía moviendo su cola y no había perdido la vida, me ahorraba la tarea de buscarme otro animal. Pero mi mayor preocupación no se hizo esperar mucho más, podía verse una figura entre todo el humo que inundaba la sala.
-¿Dónde está la bruja que robó mi corazón?-la dulce voz que pronunció esas palabras me provocó un escalofrío y estoy segura que pudo oírse en todos los pisos de la pensión, incluso en los recovecos más recónditos.  
El humo purpura fue subiendo hacia el techo de la habitación hasta desvanecerse y en el centro del lugar apareció la figura de una atractiva chica que con atrevidas vestimentas árabes. Por un momento atisbé a mirar la manera en que iba vestida yo, con jeans agujereados, zapatillas de lona negras y una camisa verde desgastada ¿Así pensaba permanecer soltera por el resto de mi vida, no? La encantadora mujer comenzó a danzar en el aire y volvió a atraer mi atención. Sus movimientos eran sensuales y exóticos, demostraban el fuerte carácter de la mujer que los realizaba, pero incluso hipnotizaban con una increíble magia a todo aquel que los observara. Por eso mismo no solo yo acabé embobada mirando las delineadas curvas de la morena, sino que un vampiro y un hombre lobo acabaron contemplando fascinados desde el marco de la puerta. Habríamos estado durante eternas horas admirando su danza de no haber sido por una celosa ninfa, vestida con hojas y pétalos de flores, que cortó la música de un repentino y potente aplauso.
-Se ve que a la deidad del boque no le agrada mi presencia-notó enseguida la Genio, pero no le dio mucha importancia ya que sus ojos se clavaron en mi persona-Dime, bella Aby ¿Quién es el afortunado que me liberará de mi condena para así al final poder casarme contigo?
Pude sentir los ojos de todos los presentes sobre mi desarreglada persona y quise volverme invisible. Allí nadie entendía nada de lo que estaba sucediendo y podía notarse en las miradas cargadas de incógnita. Así que sólo yo entendía la rebuscada pregunta que me acababan de hacer. Era la única que estaba en terribles apuros. Debido a que si aquella mujer cumplía un último deseo entonces sería libre y haría lo imposible para hacerme suya. ¿Acaso importaba lo que yo quería? No, allí había un truco para todo, incluso para quitarme mi amada libertad. Es por eso que comenzaba a sentir nauseas y también porque detestaba aquel diminutivo de mi nombre. ¡Yo me llamaba Abigail y le habría lanzado un poderoso conjuro por haberme puesto un apodo tan ridículo de no ser porque ella era inmune a la magia!  
-Ese idiota putrefacto te ha llamado.
Señalé a regañadientes al zombi que estaba rascándose un oído, demostrando que no nos escuchaba. En cuanto todos desviaron la atención de mi persona para centrarla en el muerto en vida, a éste se le terminó de caer la oreja y el dedo que utilizaba sin delicadeza quedó atrapado dentro del orificio del oído. Se escuchó una queja de asco por parte de la mayoría y el grupo de pequeña hadas no tardó en marcharse junto a la ninfa. Los que permanecieron fueron el licántropo y el vampiro, que no dudaron en ponerse cómodos sentándose en uno de los sillones.      
-¡¿Cómo voy a hacer para cumplirle un deseo a… eso?!-protestó decepcionada la Genio.
Mientras ella preguntaba yo me preocupaba por cómo hacer para que no cumpliera ese deseo. Sería cuestión de minutos para que alguien de los presentes tuviera una solución al problema del zombi. Incluso podía tener la mala suerte de que el psíquico del tercer piso estuviera dispuesto a utilizar sus poderes telepáticos con el muerto vivo, que no parecía tener el suficiente intelecto como para pronunciar una palabra coherente. ¿Podría pensar un deseo o en su mente también balbucearía incoherencias? No quería saber la respuesta a eso, sería arriesgarme demasiado. Así que la idea de ayudar a la Genio se descartó enseguida.  Sin embargo mis atentos huéspedes no estaban al tanto de la situación…
-Seguro desea un banquete de cerebros-bromeó el lobo.
-Puede desear volver a ser humano-propuso el vampiro.
-¡Pero debe decirlo el zombi!-apunté yo, esperando que el deseo no se cumpliera tan fácilmente. 
Mi réplica había sido justa y la morena que me fulminó con la mirada lo sabía. El único que la había invocado frotando la lámpara, en este caso mi gato, era el que debía pedir el deseo. En esta peliaguda situación debía de haber una opción para que el zombi pudiera pedir su deseo, aún así todavía no se la había descubierto. Y como si fuera poco un cegador destello ubicado en una esquina de la sala hizo aparecer a un sujeto vestido con un viejo traje gris, sombrero hongo e incluso un bastón con empuñadura de plata. A simple vista creí que era un alquimista, ya que no vestía como un hombre común del siglo veinte. Pero con solo verle mejor no supe decir con certeza qué era, solo podía acotar que tenía un atractivo inigualable y me relamí los labios mientras contemplaba los gestos que atravesaban aquel marcado rostro.
Los ojos de un azul tan profundo como el del mar no paraban de analizar la situación que había allí presente. Cada vez torcía más los labios cuando pasaba su vista desde el zombi a la morena que se mantenía pensativa y luego volvía a mi persona. La manera en que me miraba provocaba cierto rubor en mis mejillas, o quizá mi acaloramiento se debía  al número de personas en la habitación, eso debía provocar que la temperatura subiera...  Lo cierto era que nuevamente maldecía lo desarreglada que iba ese día, seguro podría haberme puesto un vestido más bonito y aplicarme un poco de maquillaje no me habría matado. Mi cabeza comenzaba a llenarse de pensamientos de adolescente cuando hacía décadas que había pasado esa etapa y debía estar preocupada por el tema del deseo…
-Por lo que veo llegué tarde y calculé mal la moda de la época-comentó el recién llegado y todos lo miramos de manera interrogativa mientras dejaba el sombrero, el saco y el bastón a un lado. Era cierto que se había vestido para volver un siglo más atrás pero no le sentaba nada mal y estaba demostrando tener una vista bastante aguda. Más nosotros esperábamos que nos explicara más que solo aquello y no se hizo esperar mucho más para continuar hablando:-Mi nombre es Christopher, como habrán visto soy un viajero del tiempo y planeaba evitar que el sujeto podrido, hace ya varios días, liberara a la chica de la lámpara… Digamos que ahora no podré evitar una catástrofe del futuro, pero llegué tarde y ya no se puede hacer nada…-se encogió de hombros con tal naturalidad que todos nos quedamos helados por una milésima de segundo.
 La peor ironía del mundo estaba ocurriendo delante de mis propios ojos. Estaba escuchando las inservibles palabras de un loco que había aparecido de la nada y no planeaba ayudarme ni un poco a salir de aquella complicación. En mi siglo de vida nunca había tenido que sufrir tanta desesperación junta. ¿Cómo podía ser que un hombre que puede controlar el espacio tiempo llegara tarde a un momento tan importante? Y para colmo explicaba su enorme error con aquella increíble calma… ¡Era exasperante! Pero demasiado ingenioso para tomarlo de idiota. Mis ojos brillaron al caer en la cuenta de la solución a todos mis problemas e intercambiamos una sonrisa con disimulada astucia. Aún no era demasiado tarde y ambos lo sabíamos.
-¿Alguien quiere tomar el te?
Mi repentina propuesta no fue rechazada por ninguno. La idea de un relajante momento bebiendo algo caliente como una taza de té, una copa de sangre o lo que se le ocurriera desear a cada uno era demasiado tentadora. Lo que nadie más sabía, aparte de Christopher y yo, era que tomar el te solo servía como la excusa perfecta para perder tiempo. Y nuestra torpe y enamorada Genio jamás sería consciente del apresurado paso en que se movían las manecillas del reloj, porque para ella el tiempo no existía luego de vivir milenios encerrada dentro de su lámpara. Pensando en ello estuve a punto de sentirme culpable por impedir que cumpliera su último deseo. Sin embargo mi libertad estaba en juego, y yo no deseaba casarme con aquella chica por más bonita que fuera. Cada uno de los presentes aportó un tema de charla para llenar el silencio y a medida que íbamos acabando nuestras bebidas las posibilidades de cumplir el deseo al zombi se agotaron…
-Por esta vez he perdido-admitió la morena colgándose de mi cuello. Quise apartarla, pero fue imposible.-Pero me cobrare la pérdida.
Tuve que cerrar los ojos y contar hasta diez antes de intentar golpearla y acabar sacudiendo los brazos en el aire. Al final la chica se había ido, más bien había regresado dentro de mi gato y yo me había quedado con su dulce sabor en mis labios. ¿Hubiese sido tan malo vivir con ella el resto de mi vida? Alejé la idea de mi cabeza y volví a la realidad antes de que el zombi volviera a atrapar a al felino negro. Me encargué de evitar que todo ocurriera nuevamente con gran facilidad y luego mi atención se concentró en el viajero, aquel atractivo hombre que me miraba con una irresistible sonrisa…
-Abigail parece ser que tienes tu reloj adelantado, por eso llegué tarde…-comentó con su profunda voz y en ágil gesto tomó mi mano para depositar un sutil beso en el dorso de la misma-Nos vemos dentro de unos meses, cariño. En el altar.
Me asombró que conociera mi nombre y que destacara aquel asunto del tiempo, aún así supuse que un hombre que viajaba de tal manera debía acostumbrar a hacer aquellos comentarios. Pero la manera en que se despidió fue realmente encantadora y se robó un romántico suspiro de mis labios. Mis mejillas estaban tan coloradas como mi cabello y las últimas palabras, acompañadas de un guiño del ojo, dejaron mi corazón palpitando acelerado. ¿Había dicho altar? ¿En el futuro me casaría con aquel hombre? Eso me valió unas cuantas burlas por parte de los únicos dos huéspedes que seguían allí de espectadores, pero no me molestó en absoluto. Les seguí la corriente diciendo que estarían invitados a la ceremonia.
Después corrí a arreglar el reloj y a atender las pociones que había dejado cosiendo. No sin antes ordenarle al hombre lobo que se deshiciera de su amigo el zombi y advertirle que si volvía a hacer una broma por el estilo no lo sacaría a patadas de la pensión sino que lo envenenaría junto a sus pulgas… Todo volvía a la normalidad.
Sophie Black

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