Muñeca


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Un grito en el aire, la porcelana se quiebra en infinitos trozos. Pero solo somos tú y yo, no importa nada más. El ambiente es cálido, la cercanía irresistible. Cómo me gustaría detener el tiempo, poder sentir los rayos del sol acariciando mi piel.  Llevas el cabello platinado, revuelto como a mí más me gusta. Muero por extender mi mano y acariciarlo. Los minutos pasan y estas más cerca, pero al mismo tiempo te siento tan lejos. Estoy harta de esta espera, de esas manos que te acarician y alejan de mí. Esas mismas manos que me apartan y me manipulan a su antojo. ¿Por qué todo no puede ser más sencillo? Un beso, una caricia, un suspiro. Actuar por voluntad propia. Todo eso debería ser fácil. Pero no lo es. Te suplico con la mirada, solo un segundo. No te apartes, no me dejes. Temo ser yo quien se rompa en mil pedazos si no te quedas a mi lado.

La habitación continúa iluminada, tenemos un poco más de tiempo. Al otro lado de la ventana se escucha a las personas pasear. Ellas si pueden salir, experimentar los pequeños placeres que ofrece la vida. Nosotros en cambio permanecemos inmóviles; mi palma en tu pecho, tu mano en mi cabello. Creo que todo mi cuerpo cosquillea de puro deleite. Aún así es imposible experimentar la verdadera felicidad. Por más que lo intente, no puedo evitar pensar en el después. Ese momento en que tú y yo dejamos de ser algo más que presas del deseo. Luego de que ambos nos vemos obligados a apartar del lado del otro. Quiero permanecer así, aunque no sienta mi corazón palpitar y menos el tuyo. Por más que el frío posea nuestros cuerpos a pesar de la calidez del cuarto. No dejes de mirarme, por favor no lo hagas. Solo un minuto más, eso pido.

—Ya es hora, mis preciosos —anuncia una voz en trueno, esa que proviene de todos lados y de ninguno en particular.

El aire se sobrecarga, nuestro espacio es invadido. Quiero llorar, mas no puedo. La criatura que jamás se cansa de llamarnos como si fuéramos obras de arte robadas de un museo, se  inclina con una cámara fotográfica. Otro momento para conservar por el fin de los tiempos, otro suceso que se congelará en una imagen dura y sin vida. El proceso diario que arranca trozos de nuestras almas para dejarnos cada noche sin las energías suficientes como para poder alcanzar al otro. Somos fríos modelos de plástico, y no importa cuanta vida haya en nuestros ojos. Tú y yo estamos destinados al desconsuelo de existir sin llegar a concebir nuestros sueños.

No la mires a ella, no formes parte de su juego. No importa cuánto insista, es inevitable. No somos dueños de nuestros actos, no hay fuerza de voluntad que nos ayude a mover con el único fin de huir. Así que el tiempo se clava como agujas en mi cuerpo, no siento nada. Tu mano se aleja, tu cuerpo ya no está a mi lado. Caigo sobre la mesa, abandonada. En mi mente solo reside la idea de volver a vernos. Mi mirada perdida en el olvido…    

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Un suspiro del alma... Solo eso te pido...