Detente




El golpe llegó de repente y sin piedad. Fuegos artificiales estallaron delante de mis ojos. Me tomó un segundo entender lo que estaba ocurriendo. El mundo dio una vuelta, luego dos y a la tercera supliqué que se detuviera porque deseaba bajarme. Dentro de mi cabeza comenzaba a instalarse un dolor agudo que apenas me permitía concentrar en mis pensamientos. Él me estaba golpeando, solo sabía eso. No había realidad más arrolladora que esas manos atentando contra mi estabilidad física. Ni siquiera su mirada bestial o sus gruñidos ahogados podían compararse con esos puños cerrados, esos nudillos de acero ardiente fundiéndose en mi piel, amenazando con triturar mis huesos... 


A continuación procuré aferrarme a lo poco de cordura que me quedaba. Me defendí, o al menos eso me pareció que intentaba hacer mientras sacudía mis extremidades con la intención de lastimarlo o mantenerlo apartado. Incluso procuré mantener cierta distancia, mis uñas arañaban el suelo tratando de encontrar un impulso hacia atrás, un espacio lejos de aquel monstruo. Pero mi histeria de poco sirvió para frenar el siguiente golpe, ni el que le siguió a ese. Los arrebatos de furia contenida venían directo a mí y yo estaba indefensa, era el remplazo para cualquier bolsa de boxeo: yo y mi rostro.

El dolor estalló en mis oídos, mi nariz, mis pómulos. Toda mi cara palpitaba cuando sus nudillos se apartaban. Algo húmedo comenzó a esparcirse sobre mis labios y más allá de mi mentón. El sabor metálico me permitió identificar la sangre y atoró los gemidos en mi garganta, clavándolos como bonitos cuadros de terror en las paredes de mi laringe. No había cuerdas que me ayudaran a expresar lo insufrible de aquel momento. Y tampoco lágrimas. Yo no las había derramado y no pensaba hacerlo. Ni una sola gota salada escaparía de mis ojos rojos. Tenía la mirada ausente, la ventana que daba a mis sentimientos completamente bloqueada. No le daría el gusto, no dejaría que se retorciera de placer al ver el dolor y el pánico que se apoderaba lentamente de mi cuerpo.

Quizá por eso había tanta sangre derramándose sobre mis labios. O tal vez se debía a que acababa de romperme la nariz y el labio. Y mis huesos se quejaban tanto que pronto terminarían por el mismo camino. No comprendía cómo aún mi cráneo resistía aquellos golpes tan duros, tan atroces. Seguro comenzaba a agrietarse, con lentitud, disfrutando la oportunidad. Y mi cabello se iba soltando, abandonándome cada vez que él lo jalaba para tenerme a su merced. ¿Por qué no dejaba de sacudirme? ¿Por qué tenía que deformar mi rostro hasta dejarlo irreconocible? ¿Por qué me hacía todo esto? Apenas tuve la oportunidad le dirigí esa mirada, le pregunté en silencio, exigí una explicación. ¿Por qué? 

—Te amo, cariño —explicó con un grado de adoración en su voz que parecía tan descolocado—, lo eres todo para mi. Tienes que entenderlo...

Fue entonces que me partí en dos, en diez, en mil pedazos. La marea me consumió, el llanto escapó a través de los barrotes de mi propia prisión. Comencé a temblar descontroladamente y él me abrazó. Me aferré a su cuerpo, buscando no ahogarme en el mar de dolor. Y él acarició mi cabello mientras que el sufrimiento me consumía. Él me consoló con cariño, aumentando el sangrado en mi interior. Sus susurros se volvieron un pequeño arrullo; el terrible canto de una sirena. Un millón de cuchilladas directas a mi pecho.

—Te amo, mi amor. Te amo —murmuraba junto a mi oído. 

Y deseé que en lugar de hacer eso continuara golpeándome. Porque no había nada más doloroso que sus palabras.


Sophie Black


1 comentario:

  1. Muy fuerte, una realidad que viven muchas mujeres hoy en día, realmente supiste recrear la situación.
    Me gusto mucho

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Un suspiro del alma... Solo eso te pido...