El testigo

Profanaron el jardín, irrumpieron al caer la noche. Los hombres del pueblo vinieron sin dar aviso. Arrancaron a mi dueña de su santuario. Blasfemaron en su rostro pétreo, tallado por el repentino horror. La acusaron de asesina; bruja. La juzgaron sin piedad: culpable.

En el jardín procedió el castigo. Los gritos erizaron mi pelaje negro. No pude apartar la mirada. El brillo carmesí me dejó mudo. Igual no me escuchaban, apenas repararon en mi presencia para adjudicarme alma de demonio y propinarme una patada. A ella, la mataron. 

Le arrancaron el cabello y la piel antes. Mi dueña yació en el césped, sin vida. La bruja acudió en vano, presenció el carnal escenario y mostró una total ausencia de emociones. Los hombres la ignoraron. Me ofrecieron parte del sacrificio, me arrojaron la carne y aguardaron. Esperaban que mostrara ser tan animal como ellos, aunque sólo fuera un gato. 

No los defraudé. Mordí la esencia misma de mi dueña. Bajo el brillo de la pálida luna mis dientes se tiñeron de su sangre. Mi corazón se revolucionó con el festejo final de las bestias. Clavé mis ojos en la bruja, por última vez, observé su espalda alejarse. 

La inocencia muerta apestando mis fauces, esa misma noche, en el jardín, juré vengarme.


Sophie Black

Este escrito está relacionado con un texto de Marosa di Giorgio que pueden leer en la reseña que hice de un libro de esta escritora. Se encuentra en la entrada anterior.

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