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Capítulo 4.

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Apenas subió las escaleras comenzó a sentirse mal. Caminó hasta su cuarto pero se encontró con una de sus tías durmiendo allí. Así que se dirigió a la única habitación vacía, la de sus padres. Se arrojó a la cama y comenzó a sollozar. Le ardía el pecho, no entendía cómo podía sentirse tan mal. Aunque tenía una vaga idea al respecto. Llevó sus manos hacia su sien y comenzó con leves movimientos, tratando de calmarse. Pero se sentía estar en medio de un incendio, el fuego calcinaba sus pulmones, su corazón.
Lo odiaba. De sólo pensar en él su cuerpo se contraía de asco. Le había considerado un niño bueno, un pequeño que necesitaba una amiga, le había prometido ayudarle. Pero él al indicarle el anden la dejó marchar sola. Pudo presenciar como un hombre alto y terrorífico lo tomaba de un brazo y le golpeaba el rostro con extremada fuerza. No podía hacer nada al respecto, ya comprendía por qué estaba huyendo. Atravesó la columna como le había indicado y después de eso jamás volvieron a dirigirse ninguna bonita palabra. Su corazón de niña se rompió en pedacitos cuando la trató tan mal en el colegio. Por suerte supo acostumbrarse con el pasar de los años. Pero había noches en que los ataques eran tremendos. Sentía asfixia al pensar en él…
-Recuerda la promesa…-susurró antes de unir sus labios en un roce tierno e infantil.
Fue entonces cuando aquel rubio despreciable apareció golpeando al pequeño y ella tuvo que irse, temiendo ser victima de aquel maltrato. Apareció en el anden 9 ¾. Las familias despedían alegremente a sus hijos que se subían alegres al tren. Ella era la única sola… Anduvo dando vueltas hasta encontrar a un morocho que se alejaba de su abuela buscando algo, preocupado. Ese fue su primer amigo: Neville Longbottom.
Al rubio lo volvió a ver, pero nunca más fue el mismo que había conocido en un principio. Parecía que aquel que le dirigía los insultos y las miradas llenas de desprecio fuera otro  con igual apariencia. Intentó olvidarle, pero tarde o temprano sus ofensas la afectaban. Con el pasar de los años dio por sentado que el muchacho no tenía remedio, jamás volvería a ser el mismo. Pero ahora tenía que venir y comportarse así, recordarle aquel furtivo encuentro. Como le odiaba…
Un sonoro gemido salió de su garganta justo antes de que golpearan la puerta. Estaba sufriendo, lastimosamente podían oírla desde el otro lado. Sin embargo aguardaron a que ella abriera la puerta, nadie entró. Podía estar muriéndose y esperarían a que ella fuera a abrir…
-¿¡Qué sucede?!-chilló abriendo la puerta molesta, sin molestarse en secarse las lagrimas o arreglarse el cabello.
-Lo mismo pregunto, Granger.
Se apresuró a limpiarse el rostro y acomodarse para no pasar más vergüenza de la necesaria y lo fulminó con la mirada. ¿Qué le importaba a él? Ni siquiera entendía por qué estaba allí cuando debía estar desayunando. Le miró detenidamente, en aquel atuendo tan gracioso y sus ojos se detuvieron en sus labios. Instintivamente llevó su mano hacia los suyos, recordando…
-Muérdago…
Se limitó a mirarle sin entender. El muchacho sonrió, sus labios se curvaron levemente hacia arriba y dejó ver una perfecta hilera de dientes. Estaba embobada viendo esos finos bordes elevarse sutilmente, logrando una inusual perfección. Cuando su lánguido dedo índice señaló hacía arriba. Sus ojos siguieron la dirección que estebe indicaba y sintió una corriente de aire frío estrellar contra su cuerpo. ¿Quién había abierto la ventana? ¡¿Quién rayos colocaba un muérdago en el marco de la puerta cuando las fiestas se pasaban en familia?!
Maldijo cien veces a sus padres por ser tan melosos y a su tía por privarla de su habitación antes de volver a enfrentar a Malfoy con la mirada. Aquella extraña sonrisa se le antojaba muy burlona en aquel preciso momento…
-No pienso besarte.
Su carcajada fue sutil pero enfureció a la castaña. Él era el único que se divertía allí, ya que simplemente todo era un juego. Pero ella se tomaba las cosas en serio y no le causaba ninguna gracia la situación.     
-Recuerda la promesa…
Hermione cerró sus ojos tontamente. Estaba cayendo nuevamente en la red que él tejía. Aunque no le molestaba mucho, simplemente quería volver al pasado. Las palabras que le había dicho antes de besarle, eran las mismas que en aquel momento. Inevitablemente, Al parecer, el rubio sabía cómo dominarla.
El ruido de una puerta al abrirse sobresaltó a la pareja cuando faltaban centímetros para unir sus bocas. Entonces la chica sintió como unas manos grandes la tomaban de la cintura y le llevaban dentro de la habitación. A pesar del asco que le tenía su piel se erizo cuando uno de sus dedos se coló por debajo de su camiseta. Quiso reprimir tal reacción pero le fue imposible. Apartó sus manos de un manotazo cuando le fue posible.
Sosteniéndola de las caderas la guió hasta la cama y se arrojaron en ella. Hubiese sido una situación un tanto incómoda de no ser por la risa contagiosa del muchacho. Era la primera vez que le oía reír tan abiertamente. Las risotadas de los Slytherin eran burlonas e insoportables. Pero aquella carcajada era sincera y divertida, melodiosa. Ambos terminaron riendo sin saber muy bien de qué.
-¿Quieres que te bese?-consultó el rubio cuando la risa se detuvo. Se recostó de costado, sosteniendo su cabeza con una mano y mirándole con seriedad.
-No.
-¡Qué duro! Hasta hace un rato no parecía que no quisieras…
-Te odio.
-Tienes todo el derecho…
Le daba la espalda, no quería ver la mueca burlona en su rostro, simplemente podía imaginársela. Jamás se hubiese imaginado que al voltear se encontraría con una seriedad sepulcral en aquel pálido perfil. Últimamente todo lo que se imaginaba con respecto al rubio terminaba traicionándola. Ya no sabía qué pensar o hacer. ¿Una persona podía cambiar de la noche a la mañana? En verdad no sabía a ciencia cierta cuando habían surgido aquellos cambios…
-¿Qué quieres de mi, Malfoy? Ya me has pisoteado bastante, búscate otra alfombra… O vete con Parkinson, ella te recibirá con los brazos abiertos en su mansión…
Luego de haber hablado se mordió el labio inferior. ¿De dónde habían salido aquellos malditos celos? Parkinson no tenía comparación con ella. Pero Malfoy la tenía colgada de un brazo como una garrapata las veinticuatro horas del día. Hundió su rostro en el colchón maldiciendo sus pensamientos y deseando que una vez levantase la vista no hubiera más hurones en la cama. Sin embargo al elevar su rostro rozó la nariz perfectamente proporcional del muchacho.
-¿Celosa, Granger? Me gustaría que tú abrieras los brazos para mí…
Estuvo muy tentada a insultarle e irse. Aunque tenía ciertos comentarios con los cuales rebatir su palabras. Tuvo que tragarse todo debido a cierto carraspeo proveniente de la puerta. ¡La habían dejado abierta! Desvió su mirada hacia la entrada y sintió cómo su alma abandonaba su cuerpo lentamente. Les dedicó una sonrisa incómoda a sus padres y evitó que su espíritu se marchara lejos…
-Mami, Papi, Señora Malfoy…   
-Tenemos que hablar-sentenciaron los adultos, los jóvenes tragaron saliva.
Draco Malfoy se marchó obediente junto a su madre escaleras abajo mientras que Hermione permanecía en silencia sentada en la cama observando a sus padres de pie frente a ella. No habían estado haciendo nada malo, no se habían besado, no había más contacto que el de sus narices. ¿Desde cuando habían estado observando? ¿Cuánto habían oído? Soltó un suspiro y se dedicó a esperar el regaño que tenían preparado sus progenitores. Más problemas no podía tener, pensó apenada… 

Jessica C. Black
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Capitulo 3.
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  No fue un sueño, estaba despierta, consciente, cuando comenzó. Apenas había podido dormir, con solo abrir los ojos deseó que todo hubiese sido una pesadilla. Bajó  las escaleras y se encontró con el par de rubios durmiendo en una cómoda cama, en medio de la sala de estar. Lo primero que llamó su atención fue la cara de ángeles que poseían madre e hijo, parecían inofensivos a simple vista. Pero ella los conocía tan bien como al molesto chicle que se pega en las suelas de los zapatos. Nadie hubiese imaginado que esa enorme cama había aparecido por arte de magia...
Al entrar en la cocina ya había algunos parientes desayunando. Sus padres eran la pareja más feliz del mundo. Su primita no paraba de hablar del extraño Santa Claus que dormía en la casa. Algunos tíos estaban asombrados por lo maravilloso que era el sofá-cama y discutían sobre lo efectivo que resultaba tenerlo y cómo nunca se habían dado cuenta de que no era solo un sofá. Por supuesto, pensó la castaña, a la noche había terminado convirtiéndose en cama, antes era un simple sofá. Solo Hermione estaba con un humor peor que el de un duende de Gringotts. Ya que al parecer era la única consciente de que resguardaban bajo techo a un par muy peligroso.
Nuevamente volvía a jugar son su comida. Si aquello continuaba así y los nervios no se marchaban, acabaría desintegrándose por la falta de alimento. No era ni la primera ni la segunda vez que perdía el apetito. Todo comenzó cuando lo conoció a él. Había pasado noches sin alimentarse por su culpa. Con el tiempo lo había superado, pero le volvía a ocurrir.
¿Cómo iba a probar bocado alguno con aquella vista? Tenía entendido que medía un metro ochenta, pero no pensaba que al ser tan flaco el pijama de su padre le quedara tan gracioso. Se dio cuenta de que se asemejaba a las escobas que vestía con prendas de su madre cuando era pequeña y no tenía amigas con quien jugar. En su rostro se dibujó una mueca divertida cuando lo vio aparecer, pero contuvo la risa. Estaba soñoliento y tenía los ojos rojos. Aquel extraño brillo no significaba otra cosa más que llanto. ¿Por qué se hacia el vulnerable?
Sus miradas se encontraron y Hermione se estremeció. No hacía falta que la mirara apenas entraba en la cocina, había distintas opciones mejores que llamaban la atención, ella era una mancha en la pared. Pero no, era en la primera que se fijaba. Con aquel simple contacto visual comenzó a recordar. Las palabras intercambiadas bajo la nieve cobraron sentido, revivieron del lugar más recóndito de su mente, para atormentarla.  
Estaba parada de pie, en medio de tanta gente, perdida. Decía, en la carta, exactamente anden 9 ¾. Pero no encontraba el sitio donde se suponía que debía estar el expreso que la llevaría al colegio. No sabía qué hacer, sus padres la habían dejado esperando, ya que ella les había asegurado saber lo que hacia. Llevaba un rato observando a la gente pasar, despistada. Lo único que temía era que se le pasara la hora y perder el tren. Sin embargo, no sabía qué hacer y si continuaba así jamás lo sabría.
Entonces lo vio. Llamó su atención ya que corría desesperado con una jaula en la mano y un baúl en la otra. Estaba tan ocupado tratando de escapar de algo o alguien que golpeaba a todo el que se metiera en su camino. La pequeña Hermione prevenía que si no se hacia a un lado recibiría un gran golpe. Aunque no pudo moverse, él era su salvación, vestía raro y llevaba lo que especificaba la carta. Más tarde se arrepintió de no haberse corrido del camino del rubio.
El golpe fue seco, provocó que cayera al suelo de espaldas. Por suerte llegó a colocar las manos para frenar la caída y no golpearse la cabeza. Igualmente se lamentó lo torpe que había sido al derrumbarse. Observó desde el suelo como el niño extendía una mano pálida, ofreciéndole su ayuda y la aceptó. Se puso de pie, gracias al impulso del chico, y le sonrió nerviosa. Sus miradas se encontraron y notó las lágrimas en sus mejillas, el brillo rojo...
No tuvo tiempo para preguntar. Aún sosteniendo su mano el rubio comenzó a correr con ella. No entendía cómo había acabado en aquella persecución sin sentido, solo esperaba llegar a tomar el tren a tiempo. Lo que mas le preocupaba era aquel chico que la guiaba. Parecía un pequeño angelito y quería limpiarle las lágrimas y decirle que ella podía ser su amiga, no tenia porque sentirse mal. Algo raro se instaló en su interior mientras corrían juntos.
Se detuvieron bajo la sombra de una columna, donde nadie podía verlos. Sus respiraciones estaban agitadas, sus cabellos despeinados y tenían algunos golpes por haber chocado con personas en el camino. Lo único que le interesaba a la castaña era saber por qué el rubio huía y lloraba. Se acercó a él y le quitó una lágrima que adornaba su rostro. Los ojos color metal derretido la miraron asombrados.
-¿Por qué estás así?
-Estoy bien. ¿Cuándo lo necesite me ayudarás?
Le pareció una contestación rara, estaba visible que el niño no estaba bien en absoluto. Se mordió el labio inferior, insegura. No se imaginaba lo que sufriría él, lo que sería necesitar ayuda en sus situaciones. Temía por lo que tenía que pasar. Estaba enterada de que había padres que trataban mal a sus hijos. Pero el rubio estaba en perfectas condiciones físicas, no sabía qué pensar, qué responder. Se limitó a asentir con la cabeza. Podían llegar a ser amigos en el colegio, parecían tener la misma edad, quizá hasta estudiasen juntos...
-¿Lo prometes?
-¿Qué?
-¿Prometes que me ayudaras cuando te lo pida? A pesar de lo que te exija… A pesar de lo que ocurra entre nosotros… ¿Me ayudaras? Promételo… Por favor…
Una lágrima traicionera escapó de sus ojos. Se apresuró a limpiarla y desviar la mirada. No quería sentirse mal en navidad. Estuvo tentada a gritarse que no prometiera nada, que no aceptara, que volviera a buscar por sus propios medios el anden y le dejara solo. Pero no podía cambiar el pasado, no podía hacer nada al respecto. Todo había pasado delante de sus ojos, como si lo viviera desde una tercera persona. Recordaba que Harry había descrito así a lo que sentía cuando visitaba recuerdos. Pero jamás había utilizado un pensadero. Aquello había sido raro. Ahora que analizaba la situación: él había sabido lo que sucedería, él la conocía, sabía qué era y a pesar de todo le pidió que le prometiera tal cosa, sabiendo que después la trataría peor que a un elfo. Ella era la única tonta allí…
-¡Hermione!-su madre le llamó la atención cuando se puso de pie de repente.
Le repugnaba estar en la misma mesa que Draco Malfoy, después de todo lo que había soportado de él. Salió ignorando las exclamaciones de su madre y fue a encerrarse a su cuarto. Por supuesto que cumpliría la tonta e infantil promesa que había hecho. Pero aquello no implicaba fingir ser agradable con él. Pasaría la navidad en su cuarto. Prefería un Crucio antes que ser amable con el rubio y permanecer en la misma habitación. Sentía un doloroso nudo en el pecho, por su culpa, no podía respirar… ¿Qué le pasaba a su cuerpo?   

Para BellaBlack
Jessica C. Black
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Capitulo 3. 
Sentí un potente resplandor. La cabeza me martilleaba por la falta de calmantes y sentía la garganta seca y raposa. Una molesta picazón se instaló debajo de mis parpados. Los refregué con la poca fuerza que tenía y presté sumisa atención a lo que me rodeaba. Estaba despierta o quizá seguía soñando, pero estaba segura de que algo rondaba cerca de mí.
-Soy la estrella que te guiará a partir de ahora..-ronroneó una voz varonil, demasiado cerca de mi oído.
Mi cuerpo sufrió una pequeña punzada del susto, se elevó un poco en el aire y luego reaccionó. Extendí mis brazos en el aire e intenté percibir a la persona que intentaba burlarse de mi, pero solo atravesé el aire con mis manos, el espacio vacío que siempre me acompañaba. Estaba segura de que había un hombre por allí, lo hubiese agarrado con mis manos de no tener reacción tardía. Seguiría intentando encontrar algo en aquel inhospito aire de no ser porque nuevamente me sorprendió la luz brillante.
-Pide un deseo.
De no ser porque podía sentir que estaba recostada en la cama del hospital, que lo que aferraban mis manos desesperadamente eran las sabanas con extraño olor y lo que molestaba sobre mi cara era una luz artificial, hubiese creído que aquello era un sueño. O simplemente habría considerado que alguien intentaba hacerme una broma de mal gusto, si hubiera un alguien dispuesto a perder el tiempo conmigo…
-La ventana, abre la ventana…-suplicaron mis labios con voz ronca y debil.
Odiaba hablar ya que aquel sonido gurutal que salía de mi garganta era tan escalofríante e inhumano que me partía el corazón. Sin embargo no pude contenerme, ya no era un deseo era una urgencia. Necesitaba aferrarme a aquella supuesta estrella, a aquel poco de humanidad que quedaba en mi interior, repirar aire fresco y que mis pulmones se renovaran.
-¿Prometes no arrojarte? Si lo prometes cumpliré tu deseo… Si rompes la promesa no regresaré y si no lo hago no tendrás más oportunidad de cumplir tus deseos…
Odiaba las promesas, eran en vano, podía prometerle que no lo haría y hacerlo igual. Pero no tenía pensado arrojarme, así que podía hacerlo fácilemente sin necesidad de romper la promesa luego. Mi cabeza se elevó con cierta firmeza y luego descendió. Este acto se repitió unas seguidas veces hasta que una mano sobre mi asqueroso cabello impidió que continuara asintiendo. Al parecer mi promesa había quedado clara. La mano, de un tamaño grande y tranqulizador, se deslizó por la grazosa maraña de pelo y luego se alejó. Quise creer que aquella caricia era proporcionada por Melito…
-Nos volveremos a encontrar, Mirella…
El susurró mezclado con el viento, que ingresaba por la ventana y se deslizaba sobre mi cuerpo, provocó que, mi mente, quedara en blanco. Por un asombroso instante no pensé en mi pasado, mi presente o mi futuro, no pensé en desgracias ni tristezas. Se me antojó considerar que aquel nombre, el que me habían puesto al nacer, había sonado bonito al ser pronunciado por la extraña voz, la dichos estrella. Aquella noche fue la primera vez que consideré que mi nombre, el de nadie mas, era bonito… Creyendo aquello terminé dormida, siendo arropada por los brazos del viento, otro ser al cual parecía importarle un poco mi existencia. 
Jessica C. Black
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