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Lloran los dioses al ver en lo que los humanos se han convertido. Ed se paraliza ante el descubrimiento. A su lado el río crece, se alimenta del dolor. El viento ruge y lo ahuyenta, Ed lo presencia todo. Pero nadie tiene dónde esconderse, así que el río corre lo más rápido que puede, cargando consigo la sangre de la ciudad y Ed se estremece. El veneno está en el aire, mezclado con el frío reptante. Tiene forma de sonido, aturde sus oídos. Autos, camiones, motos. Se deslizan sin piedad sobre el asfalto mojado. Radios, música, conversaciones y risas. Es un día como cualquier otro para una ciudad que nunca descansa. Ed suplica por un receso. ¿Cómo llegó a ese punto? Donde la carencia se retuerce dentro suyo y nada es suficiente. Qué difícil es diferenciar los colores del reinante gris. Tan complicado como recordar el comienzo de esa caída sin retorno. Ed sólo es consciente de que está ahí, de pie en la calle junto al río y a lo lejos contemplando la ciudad. Todo es decadencia. El agua cae sobre su figura y se lleva consigo una parte de Ed. Ya casi no queda nada, casi… Entonces echa a correr. De lo poco que queda, Ed huye. Atraviesa las paredes de agua que se van interponiendo en su camino. Deja atrás la ciudad, sigue el camino que lo lleva hacia un espacio más natural. Pero sigue siendo la misma desilusión. Un trozo de algo verde que carece de sentido. No puede alejarse lo suficiente de sí mismo. Se obliga a detener sus pasos en ese punto exacto en que la perdición lo abraza. El parque húmedo se encuentra en la misma lucha por su supervivencia. Ed termina de descubrir que no tiene a dónde escapar. Dolor. Es imposible de definirlo todo con esa simple palabra. Es mucho más que eso. El agua lo acaricia casi con ternura mientras busca definir esa marea de emociones que se atoran en su asfixiada garganta. El río clama por su atención. La ciudad lo contempla de lejos. Ed se mira las palmas de sus manos y no las reconoce. La voz de los dioses susurra a su oído como un coro de almas sin descanso. Su corazón se detiene.

Sofía M. Diaz

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Se me antojó compartirles mi 'parcial' de filosofía. Porque me parece re interesante y quizá a alguien le agrada leerlo. Porque sí. Acá va:

Mi elección para el trabajo de filosofía fue Judith Butler, una filósofa norteamericana post-estructuralista y feminista del siglo xx. Ella escribió el libro “El Género en disputa. Feminismo y la subversión de la identidad” en 1990 y “Cuerpos que importan. El límite discursivo del sexo” en 1993, entre otros. Ambos que menciono describen lo que hoy se conoce como Teoría Queer. Ésta apunta a cuestionar lo que nuestra cultura da por supuesto, lo que asume como “lo normal” o “lo natural”. Así es que Butler destaca la opción de desnaturalizar los conceptos de género, sexo y deseo, para entenderlos como construcciones de un imaginario social.

Tomé la decisión de elegirla a ella ya que abarca un tema que se conecta con la actualidad e involucra al completo colectivo de la sociedad en una lucha contra la opresión del poder. Desde un punto revolucionario, esta filósofa plantea la ‘performatividad’ de género. Indicando que el mismo, lejos de ser una identidad fija, es cambiante y se define a medida que se pone en acción, siendo víctima de un contexto predefinido. Entonces construimos nuestra propia identidad de género en base a una normatividad heterosexual y patriarcal que excluye, en gran medida, a quienes viven, o intentan vivir, en la marginalidad sexual.

“Cualquiera que sea la libertad por la que luchamos, debe ser una libertad basada en la igualdad”—Judith Butler.  

En base a la teoría de género de Butler, podemos decir que no todo lo que creemos que existe tiene que existir y no tiene que existir lo que se cree que es verdad. La supuesta libertad de elegir el género con que uno quiere vivir suele llegar a ser un engaño, fácilmente extraído de un cuento de hadas danés. “El traje nuevo del emperador”, escrito por Hans Christian Andersen explica cómo todo el mundo es capaz de creer en una verdad que no existe. Esto se aplica en muchas situaciones, como la de la misma identidad.

¿Qué es ser mujer? ¿Qué es ser hombre? ¿Por qué ser argentino, católico, homosexual? Vivimos de un conjunto de categorías, o etiquetas, que adquirimos para formar nuestra propia identidad. Sin embargo nada de esto define realmente quiénes somos o cómo somos. Son variaciones que adaptamos de la construcción cultural en la que nos movemos. Nos movemos con la aspiración de poder cumplir con el modelo de sujeto universal impuesto. Lo que no llegamos reparar es que tal objetivo es imposible y nadie está exento de correr el riesgo de acabar perdido en el camino.

No se trata sólo de género sino también de derechos humanos. Butler reflexiona sobre vivir en libertad, alcanzar una vida que no nos someta. Una búsqueda, quizá, por liberar a las personas de su sexo. Por esto se involucra el feminismo. Una doctrina social muy incomprendida y tergiversada por muchos. Cabe destacar que se trata de  una corriente de pensamiento que lucha por la defensa de la igualdad de derechos y oportunidades entre ambos sexos. Sin verdaderas intenciones de diferenciar mujeres de hombres y buscando incluir a todos aquellos que desbordan el género normativo.

En conclusión, el tema en que se sumerge la filosofía de Butler resulta en su totalidad complejo pero interesante, ya que cuestiona el funcionamiento del sistema en que estamos habituados a adaptarnos y vivir.  ¿Qué ocurriría si resulta haber más de lo que conocemos y nos enseñan? Existen muchas llaves e innumerables puertas, sólo es cuestión de encontrar la forma correcta de abrirlas. Quizá lo sea desde el cuestionamiento de lo que definimos o no como “normal”.

“¡La vida no es la identidad! La vida resiste a la idea de la identidad, es necesario admitir la ambigüedad. […] No puedes saturar la vida con la identidad”—Judith Butler.

Sofía M. Diaz


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Ante el brillo colorado achiné los ojos y puse todo mi esfuerzo en adivinar el número del colectivo. No fue hasta que casi estuvo en la esquina cuando logré ver cómo a punto estaba de perder el viaje más pronto de regreso a casa. Hice entonces, con máxima aceleración, la señal universal para pedir a un transporte público que frene. El mundo se detuvo y pude ascender dentro del animal de metal.

La tarjeta marcó un viaje, el dinero pasó a ser de la empresa de colectivos. Un fino cuadradito de piel de árbol definía mi derecho a viajar ahí. Tomé a continuación un asiento ubicado por el medio. Es decir, ni muy lejos del chófer ni muy cerca del fondo, para evitar malos tragos. Luego perdí la mirada por la ventana un buen rato. 

De vez en cuando la curiosidad me obligaba a fijar en las personas que se sumaban al viaje. Una buena variedad de personajes era tragada en cada parada. Aun así todavía quedaban asientos vacíos en el colectivo. Por lo que siguió siendo un viaje tranquilo, a eso de las siete y media de la tarde, con el sol ya oculto entre los edificios y el cielo como algodón de azúcar.

En una de esas paradas subió un sujeto que atrajo por completo mi atención. Lucía de negro y las letras grabadas en la espalda de su chaleco se veían ya desgastadas. El policía se sentó adelante mío, impidiendo que pudiera pensar en otra cosa. Yo no era una de esas personas que hablaban con todo el mundo, más si se trataba de desconocidos. Prefería reservarme las charlas para momentos particulares. Para ocasiones espaciales, como esa que tenía delante. Así que no lo pude resistir. Mi mano fue derecho al hombro uniformado.

—Disculpá —le dije sin más, encontrándome con una mirada clara y curiosa—, ¿te puedo hacer unas preguntas donde me tenés que contestar mintiendo?

Un pedido muy intrigante era el mío. En una situación así eran muy pocos los que se negaban a prestarse. Desde luego el policía afirmó con su cabeza. Ni siquiera me interrogó sobre cómo planeaba proceder. Entonces no desaproveché un solo minuto de mi tiempo.

—¿Tus botas son negras? —cuestioné, mirando atento las facciones de su rostro.

—No.

—¿Sos mujer?

—Sí.

De acuerdo, ya casi tenía lo que deseaba de él. Hasta ahora los gestos faciales estaban más que claros. Sólo un paso más y lo dejaría en paz.  

—Ahora necesito que me respondás con sinceridad, ¿sos policía?

—Claro que sí —afirmó con una sonrisa, toda la confianza en lo que decía.

Eso fue demasiado fácil. A continuación venía la peor parte. Deseé demorarme un poco. Temía lo que pudiera llegarme a encontrar. Sin embargo corría el riesgo de que en la siguiente parada mi sujeto de prueba tuviera que irse. No lo pensé dos veces. Quería que me respondiera una única cosa más y lo dejaría tranquilo. Esta vez ni falta hacía aclararle que me mintiera o dijera la verdad, podría sacar la conclusión por mí mismo.

—Entonces, ¿sos corrupto? —le pregunté.

¡Oh, su respuesta! Tendrían que haberle visto la cara…

Sofía M. Diaz
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17/04/2017

Un objeto volador no identificado apareció sobre el Monumento a la Bandera y abdujo a un joven que se encontraba junto a la entrada de la Galería de las Banderas. El viernes por la noche Manuel Fernandez asistía a un recorrido guiado nocturno que se organizaba en el Monumento cuando desapareció de manera muy misteriosa.

Varios vecinos afirman haber visto una extraña nave sobrevolando el cielo, muy diferente a cualquier avión o helicóptero. “Estuvo alrededor de una hora moviéndose entre el río y la torre central del Monumento, hasta que a las 20 horas se detuvo a unos cincuenta metros de altura, por calle Santa Fe”, dijo una mujer que vive en un edificio cercano. Fue entonces que los destellos de luz iluminaron al joven Manuel, de veinte años, que ante la vista de unos atónitos transeúntes desapareció sin dejar rastro.

Las autoridades creen que se trata de una broma de mal gusto, desacreditando lo ocurrido. Sin embargo los padres de Manuel denunciaron la desapareción de su hijo al que no han visto desde el viernes pasado.

Cientificos comenzaron a investigar el caso. Mientras que un video del suceso, filmado desde un celular, ha comenzado a circular por Internet alcanzando ya el millón de visitas. En éste se puede observar el ovni congelado sobre el firmamento y el rayo de luz que provoca la desaparición de Manuel.

También se vislumbra una camioneta, de la cual descienden dos hombres de traje. A partir de lo cual circula una teoría sobre los hombres de negro, agentes secretos del Estado que pueden guardar relación con el caso. Aún no sé sabe si se relacionan con la desaparición.

Sofía M. Diaz

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