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 El desgaste del tiempo en un sueño miserable
..... 
Extiendo mi mano. Violentamente intento alcanzarlo. El sonido de tu corazón se siente tan lejano. ¿Por qué te vas? ¿Por qué me dejas atrás? No entiendo lo que estoy haciendo mal. Solo puedo ver esa pequeña espalda alejarse, junto a ese oscuro cabello y un bonito vestido que revolotean por culpa del viento. Desprenden ese dulce perfume que conozco tanto. Pero apenas lo alcanzo a sentir. Yo estoy inmóvil, solo te observo, sin poder seguirte. Estoy rodeado de oscuridad, y allí a donde te diriges parece reinar la más pura luz. Me siento perdido sin ti a mi lado, no sé qué hacer.
Comienzo a llorar, las cálidas lágrimas bañan mis mejillas, mi cuerpo tiembla sin parar y mi corazón parece estallar. La impotencia me domina por completo, junto con miles de oscuros sentimientos. Ira, enojo, rabia, me odio por no seguirte o por no dejarte ir. Paso largo rato asimilando lo que sucede. Entonces no puedo contener todo eso dentro de mí y grito.
Un alarido desgarra mi garganta por milésima vez cuando abro los ojos y me encuentro en mi cama, bañado en sudor. Mi respiración agitada evidencia la horrible pesadilla que acabo de tener. Pero lo que más me lastima es ver tu rostro lleno de culpa mirándome desde la otra punta de la cama. Ya no me despiertas como hacías antes, ya no me arrullas para que vuelva a dormir. Te limitas a mirarme con miedo y remordimiento, hasta que digo que todo va bien y vuelves a sonreír. Amo esa sonrisa. Para mí con eso es suficiente. Vuelvo a cerrar los ojos hasta que el sol salga. 
Es otro día como todos los demás. No hago mucho más que regar el jardín mientras me miras, sentada en tu reposera. Observo las flores de diversos colores y recuerdo. Nos conocimos por casualidad, tu sombrero fue secuestrado por el travieso viento y lo trajo a mis pies. Aquel violento aire que se arremolina sobre nosotros, te condujo a mí. Desde ese entonces, por obra del destino, comenzamos a salir. Nos conocimos hasta el punto de enamorarnos perdidamente el uno del otro. Era un día soleado como hoy, cuando te pedí que fueras mi esposa, la madre de mis hijos, mi compañera durante la eternidad. Y así es como hoy seguimos juntos.
El tiempo pasa rápido cuando rememoro viejos tiempos y tú no dices nada. A veces hay visitas que me regañan por vivir del pasado. Pero ya no vienen tan seguido como antes, solo estamos nosotros dos en esta enorme casa de campo. Vuelvo a sumergirme en mi memoria mientras preparo la cena. Antes preparaba enormes cantidades de comida, a la mesa me esperaba un cálido ambiente familiar conformado por mis hijos y mi esposa. Ahora hace años que no veo a los niños que crié con tanto amor, se cansaron de decirme que abandonara el ayer. Solo cocino para mí mismo, una triste cantidad de comida. Porque tú ya no comes de noche, aludes haber comido durante el día cuando yo nunca te he visto. Entonces ceno junto a tu dulce compañía e ignoro el dolor en tus ojos cuando me miras.
Intenté conversar contigo, en vez de volver a aislarme en mis pensamientos. Hacía mucho que no charlábamos. Solo deseaba oír el sonido de tu voz. Pero te hice enfadar. No sé qué dije para que me miraras de aquella manera y te marcharas. Lavo los platos mientras intento descifrar el error que cometí. Sé que tú estás en la sala, has encendido el tocadiscos y esa música clásica que a ti tanto te gusta inunda la casa. Una vez que acabo de limpiar me acerco por detrás y toco tu mano. Ni la piel ni la temperatura son las mismas que yo conocía. Capas de incertidumbre lo envuelven todo. Pero no me importa en absoluto, sostengo con firmeza tu cintura y te llevo al centro de la sala, moviéndonos al compás de la música.
—¿Qué estás haciendo? —me preguntas después de tanto tiempo sin dirigirme la palabra.
—Bailar —contesto—.Sólo se trata de bailar, ¿no?
Una sonrisa traviesa se dibuja en mis labios y eso te enfada bastante, lo noto.
—¿Lo decís en serio? Si es una broma, no me causa ninguna gracia —reprochaste.
 Tus mejillas arreboladas demuestran el enojo que tienes, pero una sombra de tristeza en tus ojos me hiere profundamente. ¿Por qué sufres tanto si soy yo el que debería estar atormentado? Y es que en verdad lo estoy. No quiero aceptarlo pero así es. Me suplicas que acabe con todo esto, pero no puedo. Me rehúso a hablar en serio, a enfrentar la realidad.
Si solo hubiese esperado un poco más, si no te hubiese buscado y sacado a bailar, las cosas quizás habrían resultado muy diferentes. Podría haber durado todo por más tiempo. Era injusto, pero tenía que aceptarlo. Me llevó muchos años, pero lo conseguí.
—Estás muerta —dije, aceptando la realidad.
—Ah, te diste cuenta —esa es tu respuesta.
Sonríes con amargura y luego bajas la mirada. Apenas llego a oír tu susurro:
—Lo lamento.
Entonces la tristeza se hace a un lado para que la ira me haga compañía. ¡No lo digas, no digas que lo lamentas! Eso quiero gritarte pero no puedo. Aprieto con fuerza tu cuerpo, te sujeto en un último abrazo y me marcho. Ni siquiera me preocupo por buscar un saco, tengo que irme de esa casa, alejarme. Intento cerrar la puerta, pero ésta no cierra bien. Bueno, yo la cerraba, pero se abría sola.
—¡Deja de jugar conmigo! —reclamo al aire, pensando que son obras tuyas.
Sin embargo la puerta tiene vida propia, quiere retenerme allí y no pienso permitirlo. Abandono la casa sin preocuparme por nada más. Sé perfectamente adonde tengo que ir. El cementerio queda a un kilometro y no me importa caminarlo. No recuerdo cuándo tomé la pala, pero la sujeto con firmeza mientras el viento me golpea. Pareciera que quiere detenerme, evitar que cometa otro error, pero es demasiado tarde y estoy solo. No hay nadie para evitar que comience a cavar con desenfreno junto a la lápida que lleva tu nombre. No descanso hasta golpear la caja en la que estas encerrada. ¿En qué estoy pensando?
Ya estoy llorando antes siquiera de abrir el ataúd. Y cuando al fin te tengo en mis brazos, te liberé de ese horrible encierro, caigo en la cuenta de que no estoy llorando solo. El cielo comenzó a derramar lágrimas sobre nosotros. Apenas puedo leer el año de tu muerte y preguntarme cómo viví tanto tiempo alejado de ti. El dolor es tan profundo e insoportable que no siento el agua estrellarse sobre mi cuerpo o el frío calar mis huesos. Solo imagino tu calor y no quiero soltarte.
Estoy en el fin del mundo, de ese mundo plano y lineal, con un camino único. Revivo mis recuerdos mientras me abandono a merced de la inconsciencia. Quizá vuelvo a soñar o en realidad despierto, ya no estoy dentro del sueño que yo comencé, desde esa noche que te perdí. Ahora todo es distinto. Extiendo mi mano y logro sujetarte. Me obsequias una sonrisa sincera y alegre mientras nos dirigimos hacia la luz. 



Esto iba a ser una historia de terror. Pero acabó así. Quizá fue una manera de expresar lo que es el verdadero amor, o lo que es la vida de uno con el paso del tiempo. Tal vez incluso lo hice pensando en mis abuelos. Pero esto es lo que salió. Ah, y lo escribí inspirada en dos canciones de Gackt: Ghost y Mizerable. Espero les haya gustado...
 Sophie Black


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Imagina un cielo de un brillante anaranjado en el horizonte, que se va convirtiendo en un oscuro negro tan profundo como los misterios del universo, hasta que elevas la mirada y no puedes ver absolutamente nada.  Imagina una luna colosal muy cercana a la tierra. Imagina a ésta desprendiendo una energía molecular en forma de brillantes remolinos rojos y dorados que adornan el cielo y rozan la tierra color ladrillo. Imagina a todas las criaturas que allí habitan, gigantes de todos los tamaños y matices, con formas inimaginables, todas nacen de las cenizas como el ave fénix, nuestro Dios inmortal. Imagina que el único elemento allí es el fuego, existen enormes extensiones de lava, semejantes a océanos y nadie ha conseguido nunca atravesarlas. Imagina que vivimos bajo el temor de que algún día nuestra luna agote sus fuentes y caiga, destrozando todo a su alcance, acabando con nuestra triste existencia. ¿Cómo esperas que no haya deseado escapar de ese mundo?
-Un infierno- dices mientras sacudes la cabeza hacia un lado y luego otro. No me crees. Pero yo prosigo con mi historia, porque así debe ser. Estamos sentados en un banco público, las personas pasan a tu lado sin mirarte, sólo eres un indigente que no tiene nada, has abandonado todos tus bienes personales a cambio de esa insignificante vida. Ninguno conoce tu historia como ni siquiera tú conoces la mía. Cualquiera se negaría a aceptar la realidad que te tocó vivir en el pasado, por eso no me enfado cuando no quieres creerme. Aún así no tienes mejor cosa para hacer más que escucharme, porque eres el elegido.
Me crié en una sociedad numerosa, cada uno tenía su propia esencia pero eso no evitaba que se formaran grupos donde se compartían cualidades tanto exteriores como interiores. Cuando éramos apenas unas insignificantes larvas nos entregaban un cristal, debíamos cuidarlo porque estaría con nosotros hasta el momento en el cual nuestro brillo se extinguiera. Aquella lámina de frío vidrio contenía un alma, un ser legado a nosotros que nos iluminaría por la noche oscura donde no había brillo lunar. Creí que cumplía los mismos efectos de un simple espejo en tu mundo, solo que el reflejo que me atormentaba día y noche era el tuyo y no el mío. Entenderás cuánto temí por mi vida al ver tu imagen por primera vez, no solo era diferente a mis pares sino que del otro lado del cristal un ser distinto a todos me acompañaba.
No sabía qué hacer. Me asombró que tu cuerpo estaba recubierto por una extensa membrana lisa, bañada en luz plateada. Sobre el rostro angular te nacían finas hebras de cabello castaño por toda la barbilla, bordeando los finos labios y acabando por alborotarse en toda la cabeza. Ocultabas el cuerpo a tus iguales cubriéndolo con extensiones de telas de diversos colores. Vivías en un mundo completamente distinto al nuestro, regido por normas y costumbres extraordinarias que jamás hubiese imaginado que existieran. La curiosidad, que no era bienvenida en nuestra cultura, me dominó por completo y no comenté nada acerca de mi lámina de vidrio. No podía permitir que te apartaran de mí, te necesitaba para no sentirme solo y desdichado. Así que te convertí en mi pequeño secreto.    
Todos los días te observaba sin cesar. Despertabas tan lleno de vida, dispuesto a dar todo por tu vocación, por tu familia. Yo al principio no lo entendía, todo era nuevo para mí y solo estaba maravillado con lo que te rodeaba, la manera en que te manejabas. ¿Cómo eras capaz de manipular los cuatro elementos con tanta facilidad? Me fascinaba ver tus rutinarios métodos de higiene en los que el agua danzaba sobre tus manos hacia tu rostro y también estallaba en pequeñas gotas para deslizarse sobre tu cuerpo desnudo. Admiraba la capacidad para trabajar con la tierra que poseían, donde criaban criaturas que adoptaban varias gamas de verde e incluso se vestían de múltiples colores formando flores que gustabas regalar a tu esposa. Nunca podía apartar la vista.
 Me hacías estremecer y tenerte gran respeto. Con solo comprobar que controlabas el fuego y podías utilizarlo para producir humo con tu boca, entendí que no tenías restricciones. Cada vez que algo salía mal durante el trabajo te veía encender un delgado objeto para emitir largas bocanadas de esa consistencia oscura de la cual estamos constituidos nosotros. Pero lo que más envidia me causó desde la primera vez que te vi fue tu estructura limpia que se movía al compás del tiempo y permitía que el aire entrara y saliera de tu cuerpo. El viento se arremolinaba alrededor tuyo con tanta fiereza y libertad que ansié poder estar a tu lado. El poder abastecerte de oxigeno te convirtió en un ser increíble para mí.
-¿Cuál es el punto de todo esto?- Me preguntas de repente con inquieto interés. Has permanecido largo rato en silencio, fingiendo que no estoy aquí hablándote. Ambos nos inquietamos cuando un niño de saltones ojos comenzó a mirar en dirección al aire condensado en el que me encuentro. Pero estoy seguro de que solo tú puedes verme, es una capacidad inherente en pocos humanos. Puedes descubrirla si tu cuerpo expulsa altas temperaturas en los momentos menos esperados, esa es parte de nuestra energía que reside en tu interior. Solo tuvo que hacer falta que te rozara con mis cálidos dedos para que tus ojos se fijaran en mi. Me costó encontrarte, no lo logré hasta que estuve realmente desesperado. La verdad es que necesito tu ayuda.
 Pude resistir a la vida que me tocaba hasta que todo se desbordó. Mientras más observaba tu vida, tu mundo, más deseaba huir de allí donde me había tocado nacer. Busqué antiguas leyendas sobre viejas criaturas que habían dejado atrás aquellas tierras en busca de nuevas. Más no pude hallar la respuesta a mis deseos. Necesitaba acercarme a ti, estaba entrando en una terrible crisis. Así que con las fervientes ansias de poder llegar a donde estabas me encontré atravesando el cristal que nos separaba, como si este fuera espeso líquido formado por cientos de moléculas que me absorbían. Cuando más lo necesité fue cuando las puertas del destino se abrieron y me dejaron encontrarte. Huí para poder hablar contigo.
-Abandonarlo todo no es la solución, créeme.- Me dices y lo hago, te creo que estas arrepentido de haber dejado sola a tu esposa luego de la muerte de tu hijo. Sé que te atormenta el hecho de que no pudiste salvarlo a pesar de todos los estudios y el esfuerzo que pusiste. Entiendo que darías lo que fuera por volver el tiempo a ese día en que no estuviste para la mujer que amabas y entonces la perdiste para siempre. Porque ambos perdieron a un niño pero no supieron ver que aún se tenían el uno al otro. Puedo notar la desgracia que sientes a través del brillo de tus ojos. Por eso necesito tu consejo.
¿Cómo puedo avanzar sin abandonar cosas en el camino? Si ni siquiera sé hacia dónde puedo ir o tengo que ir. No estoy seguro de absolutamente nada, no tengo definido mi deseo en la vida. No puedo simplemente esperar al momento en que me toque morir. Pero tampoco sé lo que puedo hacer hasta ese entonces. Me gustaría poseer la firmeza que tuviste al decidir convertirte en un médico, salvar a tu hijo, abandonar todos tus bienes materiales ante la ausencia de tu familia. Sé que tu vida ha sido larga y dura, has madurado a su tiempo, has conseguido llegar hasta este punto. Sabes, a veces siento que ya no puedo más, seguro tu igual. Me gustaría hallar la solución.
-Solo te diré una cosa- susurras esperando que nadie te vea hablando solo. -Te diré que los sueños se acabaron. Yo creía que soñando las cosas podían volverse realidad, que con solo desearlo y proponértelo podías alcanzar a conseguirlo. Sin embargo la vida me traicionó de tantas maneras que ya no creo en nada. Solo tienes que seguir adelante, dejarte llevar.
 Tomas un pequeño respiro y dejas que la calma que te dominó todo este tiempo se resbale. Me señalas con tus brazos extendidos y elevas la vos, ya nada te importa.- Jamás me imaginé que un ser tan hermoso nacería de las cenizas de un viejo cigarro. Verte brotar de las llamas que se crearon en el suelo fue lo más increíble que me ha pasado en la vida. Con solo observar tu esqueleto de humo negro, lleno de brillo y colorido fuego y tus profundos ojos sin fondo, no sé qué decir. Seguro tus enormes alas de mariposa pueden regresarte a tu mundo, a donde perteneces. Me gustaría creer tu historia, aceptar que eres real. Pero la vida me ha trucado tantas veces que esto puede ser solo otro juego mental...  solo otro juego mental…-
Entonces como aparecí desaparecí, aceptando tu consejo de seguir adelante, formando parte de tu juego: donde solo voy a ser una piedra más del pasado.     
Sophie Black
El ejercicio consistía en una historia sobre un mundo paralelo. Para inspirarme tenía que buscar dos imágenes, podrán verlas al final de la historia. Pero como no encontraba inspiración comencé a escuchar canciones de John Lennon  y hay alusiones a muchas de sus letras, si se ponen a buscarlas las encuentran. Espero que les guste!




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Bueno, este es el mismo ejercicio que el anterior en el que tenía que utilizar las frases. Nuevamente las use una al principio y otra al final de cada párrafo. Así que me re compliqué... Espero que les guste! 


¿Puedo tenerte esta noche?


El de cabello rubio ya no me gustaba nada. Lo había encontrado atractivo a primera vista. Pero en cuanto se acercó a ella lo taché de mi lista. Es más, llamé al barman y le pedí el trago más fuerte que tenía. ¿Iba a servir de algo? Podía fingir que el alcohol surgía efecto y me ayudaba a ignorar a aquel par de imbéciles que disfrutaban en contra de mi felicidad. Sin embargo sentía claramente las miradas furtivas que me dirigía ella, cuando creía que yo no estaba atento.  Actuaba bien. Casi había logrado engañarme.
Nos reconocimos y disimulamos, no resultaba conveniente que los demás nos vincularan. Ella era una mujer de alta clase que se quitaba su perfecta máscara en aquel bar de mala suerte, solo para colocarse otra. Yo había sido uno de los numerosos hombres que la deseaban o que deseaban su dinero y quizá algo más. Pero fui el único que supo cómo llegar a ella. Lo hice una sola vez, ya que no pensaba ser su juguete personal. Podía conseguir lo que buscaba de otras fuentes. Ya me había dejado utilizar y comprobé que no era nada agradable. Ahora tenía otro estilo de vida. Abrí la puerta, salí a la calle y respiré hondo. Algo en el mundo había cambiado.
    Era fuerte y nunca le importaba lo que pensaran los demás. Lo demostraba claramente al seguirme fuera de aquel sitio, dispuesta a enfrentarme. Yo ni siquiera me había atrevido a acercarme a donde estaba coqueteando con el rubio. Mi enorme orgullo me había impedido ir y soltar algún comentario mordaz. Pero ahora que sentía su característico perfume a mis espaldas una sonrisa socarrona se dibujaba en mis labios. Aunque en el interior deseaba llorar por mi mala suerte. Ella caminaba detrás mío, en silencio, esperando a que le hiciera alguna señal. Podía sentir el repiqueteo de sus tacones, música para mis oídos. Aquel sonido era el último que había oído esa noche antes de apartarla de mi vida. Junto con el doloroso ruido de la lluvia al caer. ¿Extrañaba ese momento que atesoraba en mi memoria? El cielo nos lo devolvió: pequeños agujeros en las nubes los dejaron caer.
Ella tenía una manera única de manifestar lo que no le gustaba. Por eso mismo adoraba hacerla enfadar. Esta vez no había sido obra mía, pero aún así me llenaba de alegría verla en aquel estado de descontrol. Chillaba y maldecía contra todo el mundo, incluso hacía gestos y acciones dignos de una niña caprichosa. En esos momentos, cuando no se preocupaba por fingir ser alguien más, era cuando mi corazón se detenía. O eso creía yo.  Me miró con ojos suplicantes y entendí sus palabras silenciosas.  La había esperado tanto. Y podía seguir esperándola, pero ella parecía estar lista. Un día. Una semana. Un mes. Un año. A mí me daba lo mismo. El tiempo no era mi medida.
Vestía de negro y asustaba con sus movimientos. Al menos al principio había creído así. Hasta que la conocí. Descubrí que el negro era un color hermoso y resaltaba sus ojos claros. Aprendí que sus movimientos mantenían a todos lejos de ella, pero que yo podía ser la excepción a la regla. Me dejé dominar por sus encantos, conocí tanto sus falsedades como verdades. La hice mía por una noche. Y como en aquel entonces, la volví a llevar a mi pequeño departamento. Allí arrojamos las prendas y máscaras a un lado. Estábamos perdidos y nos encontramos.
Ella sacó el dinero y yo no lo acepté, me puse molesto. No era justo que una vez acabada la tormenta ella hiciera de cuenta que todo había sido un sucio negocio. Recordaba haber aceptado el dinero la primera vez, pero por mera obligación. Ahora todo podía ser distinto, no teníamos que seguir fingiendo. Quería romper todos sus disfraces, quebrar aquellas múltiples caras que le gustaba adoptar. Pero era un cobarde.  Podíamos brillar una noche, pero luego la magia se extinguía. Fuegos artificiales. Eso éramos: algo luminoso y colorido que explotaba a la vista de todos.
Ella era una mujer difícil de conformar pero fácil de engañar. Por más que el tiempo pasara y la distancia entre nosotros se alargara como un espantoso chicle, ella jamás descubriría la verdad. Es por eso que no me molestaba en complacerla. Podía caer una vez, dos veces, pero nunca admitir mis sentimientos. Por más hermosa que fuera, no la complacería, no me arrodillaría ante ella. O eso pensaba mientras corría esquivando valijas y sorteando policías.  La alcancé en el aeropuerto y le grité que la amaba. No hubo escena romántica: ella me escupió.
¿Qué más se necesitaba para convencerla?
Sophie Black


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Hey! Gracias por leerme! Este es un ejercicio para el taller que me costó mucho, ya que lo armé con frases que nos dio el profesor. El problema es que tuve que colocar todas las frases al principio y al final de cada párrafo. Este es el resultado. Espero que les guste. 



Jalando hilos, jugando con marionetas

Los dos sujetos estaban parados en medio de la calle, con los brazos abiertos en cruz. Era de noche y estaba bastante oscuro para que algún simple mortal los pudiera ver. Sin embargo él notaba que ambos llevaban los ridículos vestidos negros de siempre. Incluso alrededor de sus cuellos colgaba la tan característica cruz de madera, ya pasada de moda hacia más o menos un siglo. Tan sólo debía mirar aquellos ojos, cegados por la falsa ira de Dios, para sentir puro asco y repulsión. No importaba cuánto tiempo pasara, los sacerdotes seguían siendo una espina en el trasero que, por más intentos que hiciera, no podía sacarse de encima. Así que los iluminó con los faros de su moto y contempló el asfalto. Dos sombras de algodón negro. Qué desperdicios. Fantasmas eran los de la infancia.
Una pequeña y otra más grande. Iba a ser fácil. Hizo rugir el motor de su moto y sonrió de lado. No había nada más bueno que una pelea antes de que saliera el sol. De vez en cuando le venía bien un poco de ejercicio. Por eso mismo aceleró a fondo y enfrentó a los dos párrocos que lo esperaban con inhumana paciencia. Pasó junto al sujeto que llevaba consigo el demonio de menor tamaño y le acarició la mejilla. Mientras daba la vuelta para enfrentarse al siguiente oyó el delicioso sonido de un cuello roto. Volteó y su sonrisa se ensanchó. Ya sabía hacia dónde tenía que dirigirse, esta vez pensaba atacar de frente y sin desvíos. Pero un disparo le señaló el camino.
–Vampiro – gruñó la bestia dentro del cura, cuando notó que la bala no le hacía ningún daño.
–Jacques – le corrigió el aludido.  
Con unos tenía un nombre, y con otros, otro. Pero si había algo que detestaba era que lo llamaran con aquel calificativo. En realidad él no recordaba haber tenido un nombre, había dejado atrás su vida como mortal. Era molesto tener que escarbar en el oscuro entramado de su mente para buscar un simple nombre. Por eso prefería dejar el pasado intacto y olvidado. Inventar apodos, crear infinitas identidades, aquello resultaba mucho más sencillo y divertido. ¿Por qué debía conformarse con ser la triste criatura que había sido en el pasado cuando ahora podía ser quien quisiera? No existían las limitaciones, no existía el tiempo, no existía nada capaz de entrometerse en su camino. Ni siquiera existiría aquel insignificante demonio dentro de unos minutos. Volvió a acelerar y elevó un brazo, dejando que de la manga de su chaqueta escapara una soga de cuero. Tres latigazos fueron suficiente.
Sin embargo alguien daba vueltas alrededor del lugar. La vio: no era ni un animal ni un monstruo. El dulce aroma que inundó sus fosas nasales se lo confirmó. Se trataba de una apetitosa figura femenina que quizá había contemplado la agresiva escena desarrollada minutos antes. ¿Llamaría a la policía? Tenía que marcharse de allí antes de que llegaran más problemas. Una sola persona no podía arruinar su noche. Todo lo contrario, podía terminar de hacerla perfecta. No importaba ese extraño presentimiento que lo invadía por completo. Algo invisible le acarició el cabello y el cuello.
Entonces ella surgió de la penumbra y no tuvo miedo. Era maravilloso que la presa acudiera a él con tanta voluntad. La mujer terminó de acercarse y no se oían sirenas en la lejanía. Parecía querer seducirlo, contoneaba sus caderas de manera coqueta mientras sus tacones golpeaban el suelo. Incluso se tomó su tiempo mientras se inclinaba sobre la moto para lucir mejor su prominente escote y acariciaba con descaro el salpicadero, deslizando sus dedos sobre el frío metal. Actuaba bien. Casi había logrado engañarlo.
–¿Te invito a un tomar trago, preciosa? – propuso con voz ronca por la inminente sed.
Vestía de negro y asustaba con sus movimientos. Acababa de asesinar a dos hombres en la oscuridad de una calle desolada y ella no parecía preocupada en absoluto. Aceptó a la invitación con un ágil movimiento, se subió a la moto y le rodeó la cintura con sus finos brazos. Así que ante la obviedad de los hechos él arrancó y se dirigió hacia su bar favorito. Seguía sintiendo un extraño cosquilleo en la nuca, pero se limitaba a disfrutarlo. No muy a menudo tenía el placer de sentir aquel tipo de cosas. Al llegar abrió la puerta del bar, un gesto que hacía décadas no se usaba. Entró detrás de ella  y respiró hondo. Algo en aquel sitio había cambiado. O quizá era él.
Ella era una mujer difícil de conformar pero fácil de engañar. Lo supo enseguida. Sus brillantes ojos azul marino no paraban de interrogarlo y su lengua no dejaba de moverse ni siquiera para darle un respiro. Se dio cuenta demasiado tarde de que los motivos por los cuales ella se impulsó a seguirlo hasta allí eran su insaciable curiosidad e inocente torpeza. Llevaba una larga hora empujando sus copas con un gentil gesto para que el alcohol la callara de una vez por todas. Pronto estaría tan embriagada que aceptaría sin dudar acompañarlo a un lugar mucho más privado. O quizá no hacía falta que siguiera bebiendo.
–No más, querida. Ya ha sido suficiente vodka por hoy – reprendió separando la copa de la dulce mano.
Era un tipo que ya no tenía ningún misterio.  Tal vez estaba tratando con una simple tonta, pero podía estar seguro de que ella ya lo sabía todo. Por eso creyó que apartarla de la bebida era lo correcto. Solo debía jalar de ella y lo seguiría. Eso pensó antes de que el cuerpo voluptuoso se arrojara sobre él sin darle tiempo a reaccionar. Qué irónico, sus reflejos habían sido pisoteados por una mujer, una simple humana. Alguien tan peligroso como él se había dado el lujo de dudar, era imperdonable. Se maldecía mentalmente mientras dejaba que los dulces labios femeninos acariciaran los suyos, que sus frías manos recorrieran las curvas del diminuto cuerpo que tenía a su merced, que la húmeda lengua de ella lamiera sus colmillos. ¡Demonios, todo se escapaba de sus manos, estaban yendo muy lejos! Un arrasador calor los dominó por completo, arrullándolos en un mar de placer. Ardían como estrellas en el cielo nocturno. Fuegos artificiales. Eso eran.
Pero ella tenía una manera única de manifestar lo que no le gustaba. En cuanto quiso atraerla más hacia él, para así poder cargarla y llevarla lejos, ella se resistió. Los dientes se clavaron con fuerza sobre su lengua, le perforaron el músculo sin piedad. Abrió los ojos con espanto al notar el sabor metálico de la sangre, su propia sangre. El dolor se mezcló con la ira y ella lo notó aterrorizada. ¿Pensaba salir con vida? Enterró sus dedos en los hombros de la mujer y la atrajo hacia él, sin permitir que pusiera resistencia. Le hincó los dientes en su delicado cuello y comenzó a beber con avidez, provocando grotescos sonidos con su garganta cuando esta tragaba los borbotones de sangre. Pensaba apoderarse de aquella vida que oscilaba al borde de sus colmillos.

El de cabello rubio ya no le gustaba nada. Había pensado que sería divertido jugar con un hombre que se encontraba en medio de una calle oscura. Estaba segura de que él andaba buscando alguna ramera con quien divertirse aquella noche. Así que el destino se lo había dejado allí para que ella jugara un rato. Aceptó tomar algo, dejó que él la llevase y se encargó de exprimirlo con preguntas. Sin embargo sus respuestas eran vagas, carentes de seguridad, una mentira tras otra. Por eso mismo comenzó a dudar, creyó que un poco de alcohol la ayudaría a dar el siguiente paso. No podía ser tan cobarde y arrepentirse en aquel momento, no después de haberlo seguido hasta allí. Debía admitir que lo deseaba, desde que lo había visto sobre su moto, sonriendo de aquella manera, un deseo irrefrenable la había dominado. Quería creer que él también sentía lo mismo, que él no la consideraba una mujer más. Era una tonta virgen y quería o intentaba imaginar que ella no iba a durar una sola noche. Necesitaba aferrarse a aquella fantasía: estaban perdidos y se encontraron.             
   Era fuerte y nunca le importaba lo que pensaran los demás. Siempre había vivido en su mundo de fantasías, ajena al resto. Pero todo había cambiado hacía un par de semanas atrás. Que sea rubio original, le pidieron. ¿Quiénes? No lo sabía muy bien. Eso era lo que más le había dado confianza. Aquel pálido y rubio motociclista era lo que le habían pedido. Sin embargo no tuvo el valor de hacerlo. Intentó resistirse, impedir que la llevara con él. Cometió el peor error de su vida al morderlo, presa del pánico. Lo que ocurrió luego fue demasiado rápido y agresivo. Pensó dejarse matar, no pelear por aquella vida que era suya. Pero no podía hacerlo.
La chica lánguida sacó lo que se guardaba. Elevó la mano en la que aferraba una navaja y la clavó en la axila del vampiro. Juntando sus últimas fuerzas deslizó el arma blanca hasta la cintura masculina y aprovechó  para echar a correr. No podía creer cómo luego de perder tanta sangre podía seguir en pie, pensar con tanta claridad mientras el corazón bombeaba acelerado y su cuello seguía perforado. Sin embargo descubrió su coche estacionado a unos metros del lugar y con manos temblorosas sacó las llaves de su bolsillo, se adentró en el vehículo y se marchó. Aunque sabía que jamás podría escapar. Un día. Una semana. Un mes. Un año. A él debía darle lo mismo. Él tiempo no era su medida.
Lo supo cuando se detuvo en el primer semáforo. Sentía que la paranoia se apoderaba de su mente. Creía que en cualquier momento él aparecería. Su cuerpo experimentaba horribles temblores, dominado por el trauma. Pero lo que más la espantaba era que a pesar de la sangre en su ropa, en el coche, en todos lados, no había más orificios en su cuello. Volteó esperando encontrarse con él, pero lo que vio la desorbitó. ¿Aquello qué significaba? En el asiento trasero del auto, alguien había dejado su muñeca rubia. Tenía el cuello cortado…

Había una enorme posibilidad de que su noche se arruinara. Jamás se imaginó que aquella mujer lo llevaría hasta aquellos extremos. Se dio cuenta demasiado tarde del error que acababa de cometer cuando la herida que le había hecho la desgraciada comenzó a cicatrizar con avanzada rapidez. Ahora que había escapado no podría matarla. Pensaba guiarse por el dulce aroma de su sangre que le recorría por los torrentes de venas. Pero cuando la fragancia de ella se extinguió por completo supo que ya no había más vida para ella. Era un caso perdido. Así que fijó su atención en los cientos de ojos que lo miraban con distintas expresiones de asombro y miedo. ¿Podían ser los humanos más molestos y desagradables aún?
–¡¿Qué diablos miran?! ¡¿Quieren ser los siguientes?! – exclamó sin una sola gota de paciencia.
Entonces las miradas se desviaron de él. Seguramente aquel suceso saldría en las noticias, pero cuando empezaran a buscarlo él ya estaría demasiado lejos. Se marchó sin preocuparse por pagar las bebidas y montó en su moto. Estaba por olvidarse de todo cuando notó un papel, un mensaje para él. Se rascó la nuca, porque volvía a sentir el molesto hormigueo de nuevo y tomó la carta. Abrió el sobre, en letras rojas estaba escrito: “Por fin lo abriste, ahora da la vuelta”. Y se dio vuelta.


Sophie Black


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Allí, en un mundo muy diferente al de las altas clases, corría la señorita Ming como si un fantasma la persiguiera. El recuerdo de su viejo padre, demacrado por el tiempo, la atormentaba sin cesar. Solo había bastado con leer las primeras líneas de la carta, escrita en un papel arrugado y desteñido con una caligrafía tan horrenda como la de un niño que apenas sabía escribir su nombre, para echar a correr.
Aún su mano se aferraba a aquel escrito repleto de palabras sin sentido. Su qipao chino, que en un momento había sido plateado con diseños de preciosas flores en tonos purpuras, estaba lleno de barro. El tajo que delineaba su pierna derecha se había rasgado hasta su cintura dejando una atractiva vista de su prenda íntima. Pero a ella no le importaba, la ayudaba a correr con más velocidad. Necesitaba llegar cuanto antes.
Sus ojos estaban bañados de lágrimas que se negaba a dejar caer, a pesar de que sus pasos la hacían tropezar innumerables veces y volvía a ponerse de pie, para seguir con aquella prisa que la dominaba. Estaba tan preocupada que ni siquiera había notado que una de sus sandalias se había roto y perdido en el camino. Nunca se dio cuenta de lo lejos que se había ido de su padre, hasta aquella fría noche.
Podía recordar como si hubiese sido ayer el día en que le dio la espalda al hombre que la crió con tanto esfuerzo y cariño para buscar una mejor vida. Ella nunca había querido vivir en un chiquero como aquel, criando aves y muriendo de hambre en el intento por sobrevivir. Pero en cuanto consiguió introducirse dentro del corazón de un importante duque no esperó un solo minuto para enviar dinero a su progenitor. Se había sentido como un monstruo al abandonar al pobre hombre solo, luego de la pérdida de su amada esposa. Sin embargo no pudo encontrar otra solución. Ella quería sentirse como una princesa, vestirse y comer exquisiteces como una. Lo consiguió, estaba por comprometerse con un importante y adinerado hombre dentro de un par de días.
Sin embargo leer la carta de su padre le había partido el corazón. Había bebido más de una copa de aquel vino de uvas dulces que le cosquilleaba el paladar, hasta que la copa se resbaló de sus finos dedos y cayó al suelo ensuciando una importante alfombra. Al principio se había preocupado por quitar la mancha, temiendo que pudieran enfadarse con ella por aquel descuido. Pero luego reparó en que aquella no era su vida. Había disfrutado bastante de lujos inimaginables mas no podía dejar que aquello siguiera hasta atraparla por completo y dejarla sin salida. Así fue cómo tomó la carta y escapó.
¿Quién quería ser la mujer de un viejo al cual las joyas se le pegaban al cuerpo como sanguijuelas? Debía reconocer que le daba repulsión ver cómo los objetos de oro y plata se incrustaban en su blanda y pegajosa piel. Había soportado tantas cosas, como tener que dejar a aquellos gruesos y sucios dedos recorrer su cuerpo sin ninguna restricción. Pero había sido un justo intercambio, jamás olvidaría la deliciosa vida en aquel enorme palacio. Ahora solo le quedaba volver con su padre, ayudarlo a beber su medicina y acompañarlo en aquella enorme soledad en la cual lo había abandonado.
Pudo sentir un terrible alivio cuando su pie descalzo alcanzó el frío suelo de su viejo hogar, aquella pocilga sin futuro. Recorrió el lugar de habitación en habitación, esperando encontrar el asombro en el rojo brillo de los ojos de su padre. Pero se vio envuelta en una completa ira mientras descubría la verdad detrás de las palabras de aquel viejo. Cayó de rodillas en la habitación que una vez había sido de él y releyó la carta. Esta vez llegó hasta la última línea, leyó la fecha en que había sido escrita y quiso morir. Su cuerpo se convulsionó de dolor y amargura antes de que la adrenalina volviera a invadirla. Con los ojos ardiendo por el llanto comenzó a destrozar todo lo que había a su alcance.
Había llegado demasiado tarde. No quería aceptarlo, pero encontrar todo el dinero que le había enviado, para cubrir los gastos necesarios, oculto en lo profundo del armario fue un duro golpe para ella. No fue solo el hecho de que no aceptara la ayuda monetaria que se había encargado de proporcionarle, sino que incluso halló algo más entre los restos de su difunto padre. No podía creer lo que veía, no quería creer que había sido privada de poseer aquel valioso objeto. Su padre había sido egoísta e increíblemente terco hasta su muerte.
Sus manos intentaron tomar el delicado anillo de compromiso que una vez le había pertenecido a su madre y descansaba allí escondido de todos, de ella. Era el primer rastro que veía en toda su larga vida y verificaba el hecho de que una vez su madre había existido. Nunca encontró fotos, ropa vieja, como vestidos o zapatos, no conocía el aroma ni la apariencia de la mujer que la había dado a luz. Pero su padre siempre se había limitado a decirle que la amaba mucho y recordarla le dolía demasiado. ¿Cómo es que no podía sujetar aquella pequeña argolla entre sus delgados dedos?
Por más veces que lo intentó falló. Su cuerpo se congeló por un instante, para luego dejar de temblar. No hubo más frío ni calor, ni odio ni miedo, el dolor se esfumó. Recordó repentinamente el agrio sabor que se deslizó por su garganta antes de que la copa de vino se desplomara, junto a su vida. Observó el dinero abandonado, el anillo que nunca le habían entregado y la foto de su padre con una impecable sonrisa mirándolo desde la mesa de luz. Entonces deseó vivir. 

Sophie Black
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Estos son dos fanfic que escribí para el taller de escritura fantástica al cual asisto. La consigna era tomar un personaje y ambientarlo veinte años después. Yo tomé dos personajes de Marvel, de la última película que estrenó hace poco y los llevé veinte años más tarde. Todo porque me enamoré de Tom Hiddleston. El problema es que tenía que escribir un fic, pero terminé escribiendo dos porque el primero no me gustó. A continuación pueden disfrutar quemando sus neuronas y leyendo ambos para luego comentar cuál les gustó más :) 

Basura sentimentalista
En la profunda oscuridad se retuerce un niño. Está sufriendo, no puede mantenerse en pie. El dolor es tan fuerte que lo domina y doblega. Desea con ansias detener aquello. Pero no está seguro, aún no cree que sea el momento de abandonarlo todo. ¿Qué es lo que hace que esos fuertes  sentimientos lo invadan por completo? No tiene la menor idea, o quizá si la tiene y no piensa aceptarla. Jamás creyó que sería tan difícil cumplir con sus ambiciones.
Durante toda su infancia fue tratado con desprecio, arrojado a las sombras de alguien más, obligado a observar cómo su vida era robada.  Por más superior que fuera, sus vanos esfuerzos para superar a su hermanastro siempre fracasaban. Jamás conseguía ridiculizarlo, destruirlo, apartarlo de su camino. En su interior terminaba sufriendo, consiguiendo el rechazo de su padre una y otra vez. Él, que solo ansiaba llegar al trono y gobernar con absoluta libertad, era desterrado. Mientras que su hermanastro lo conseguía todo. Con el paso del tiempo se alejaba de poder cumplir aquel deseo. Y su furia no cesaba de crecer, ahogándolo en maldad pura.
Sus  objetivos siempre habían sido claros. Sólo debía deshacerse de aquel odioso Dios que no hacía más que estorbar en el camino que había decidido tomar. ¡Cómo si fuera lo más sencillo del universo! Con su increíble dominio sobre la magia podía conseguirlo con facilidad, sin dejar lugar a errores. Pero había un obstáculo, algo que arruinaba todos sus planes por más distintos que estos fueran. No importaba cuánto intentase bloquearlo, en un oculto lugar de su inconsciente podía llegar a reconocer que Asgard no era lo mismo sin su poderoso hermano.
¿Entonces por qué lo detestaba tanto? Cada vez que veía aquella melena rubia ondearse con el viento junto a una capa color escarlata, su mirada era eclipsada y su mente se perdía en un agujero negro sin retorno.  No era solo la dorada apariencia de aquel hombre lo que arruinaba sus intentos por eliminarlo de aquella historia. Había algo más, en el corazón de aquel enorme sujeto, que hacía derrumbar todas sus murallas. ¿Por qué tenía que ser tan puro y sentimental? ¿Por qué siempre le perdonaba cuando él  solo le deseaba el mal?  Había bastado que le confesara lo mucho que había llorado su pérdida para casi volver a atraparlo en su red. Pero no iba a permitir que lo engañara con sus trucos de amor fraternal. Él le había robado todo lo que deseaba, se había apoderado de la atención de todos, impidiendo que pudieran verlo. ¡Lo odiaba porque había tenido todo lo que él no!  
Había jurado convertirse en el Dios más poderoso de Asgard, casi lo había conseguido. Luego de tanto tiempo volvía a estar en el Reino, podía lograrlo esta vez. Sin embargo ya estaba cansado de aquello. Su hermano lo miraba con cariño a pesar de todos sus errores y lo había traído de vuelta para que todos lo perdonaran. No entendía la bondad de aquel Dios, pero era sobrecogedora. Estar de regreso en aquel sitio que en un pasado había sido su hogar lo llenaba de recuerdos infantiles e infinitos sentimientos que lo volvían débil. Muy pocas veces, como aquella, debía quitarse el casco y aceptar la derrota.
 Es así cómo acabó en aquel deplorable estado. Está de pie, observando el reino que podría haber sido suyo. Pero en su interior existe un niño que ansía morir, desaparecer. Observa la sonrisa de su hermano, la mano extendida que lo incita a regresar a su lado. Y el pequeño gime en la oscuridad, quiere rechazar aquella invitación porque el rencor y la furia no piensan abandonarlo jamás. 
Pero por otro lado está el Dios indestructible que acepta las cosas tal cual son. Debe reconocer que en su infancia hubo un chico rubio que estuvo siempre para él, con el cual vivió aventuras inolvidables. Sabe que aún que no compartan sangre, él siempre va a ser su hermano y nadie lo apartará de su lado. ¿Piensa seguir dejando que el otro Dios se salga con las suyas? La mejor libertad es cuando te libras de aquello que te hace daño, ¿no? Él intentó deshacerse de eso que lo lastimaba, pero le fue imposible. Entonces tiene que aprender a convivir con aquello, con él. Ya no le importa ser esclavo de los profundos sentimientos que siente por su hermano. Puede dejar el mal, el resentimiento, la envidia y los celos lejos, ya no le servirán. Piensa disfrutar del calor que desprende aquella mano y permitir que su hermano ilumine su mundo, detenga todo el dolor y lo salve por última vez.

El último error: 
Cree que logró escapar. Era una persecución interminable, estuvieron a punto de acorralarlo. Por un instante se vio atrapado, listo para morir bajo aquellas manos de seis dedos. Pero él era el Dios más poderoso de casi todo el universo, no pensaba terminar de aquella manera. Así que juntó todo el poder que le quedaba para ocultarse. Se transportó a un sitio donde jamás lo buscarían:La Tierra.
   Veinte años pasaron desde que intentó dominar aquel planeta poblado de seres arrogantes y rebeldes. Sin embargo su maravilloso plan fue arruinado por un grupo de incompetentes junto a su hermano. Pensar en aquel Dios de cabellera rubia lo hacía cabrear bastante. Mas no podía tensar sus músculos sin sentir un agudo dolor recorrerle todo el cuerpo. Temía que lo encontraran, estaba oculto en un depósito abandonado, aún recuperandose de las heridas que le habían inflingido. Pero no le preocupaba enfrentarse a un humano debilucho. Lo que menos deseaba era que su hermano lo hallara.
¿Por qué lo detestaba tanto? En realidad no tenía un motivo concreto. Lo cierto era que Thor le había robado la vida que él deseaba tener. Se había tenido que conformar con vivir a la sombra de aquel Dios puro y dorado. Todos habían despreciado al hijo ilegitimo que era y le habían negado la posibilidad de alcanzar el trono de Asgard. ¡Por eso odiaba a su hermanastro! Porque cuando todos le miraban con desdén, sus ojos azul profundo le miraban con cariño. A pesar de que no compartían sangre Thor siempre lo había amado como a un hermano. Luego de los fallidos intentos por eliminarlo, él seguía queriendolo y perdonandolo. Era un dolor de cabeza.
-Loki-dijo una voz fuerte como un trueno.
El aludido no tuvo que voltear para reconocer la voz de su hermanastro. Incluso los brazos que lo rodeaban con impulsivo afecto eran familiares para su persona. Hizo varias muecas de asco, que en realidad ocultaban el dolor que sentía en todo el cuerpo e intentó resistirse.
-Vamos, Loki. Volvamos a casa-insistió el grandulón.
Su sonrisa cariñosa, sus ojos brillantes como los de un cachorro. ¿Cómo decirle que no a aquel hombre? Necesitaba recurrir a mucha fuerza de voluntad para ignorarlo y negar de manera seca. No deseaba regresar, porque Asgard ya no era su hogar, nadie le quería allí además de Thor. Y su padre adoptivo no haría más que castigarle, como hacía siempre que estaba de vuelta en el reino. Jamás se repetirían los días en que era un niño y encontraba consuelo en aquel reino mágico junto al amoroso de su hermano. Ahora lo odiaba y no quería estar con él.
-¿Por qué Loki? No quiero volver a perderte. Volvamos juntos-suplicó con su voz grave y lo sacudió provocando que arrugara el ceño.
-Thor...
-¿Qué tiene de malo Asgard? Nos críamos allí, es nuestro hogar...-comenzó a decir el rubio.
-Thor.
-¿Es que me sigues odiando? ¿Qué hice yo para que me odies? ¿Qué tengo que hacer para...-era demasiado tonto y no paraba de hablar.
-¡Thor, para ya!-exclamó Loki con la paciencia hecha trizas.
El mayor se quedó en silencio y observó a su hermano con asombro e interés. Aguardaba a que siguiera hablando. Pero Loki no tenía nada que decir. No iba a volver a explicarle que lo odiaba por quién era, como odiaba a su padre y a todos los asgardianos. No pensaba repetirle que no había nada que pudiera hacer para cambiar aquellos sentimientos que habitaban en su interior. Y ya estaba harto de indicarle que Asgard no era más su hogar. Sin embargo tampoco podía seguir negandose a la petición que le hacía. Debía decir algo antes de que el silencio volviera a llenarse de su estruendosa voz.
-Me duele todo Thor. Volvamos a casa-murmuró con horrible resignación.
La radiante sonrisa que le dirigió su hermano le cosquilleo las palmas de las manos y le produjo escalofríos en la nuca. O era el extenso cabello que le rozaba el cuello lo que lo hacía temblar como una hoja acariciada por el viento de otoño. Quizá solo era el calor corporal del Dios lo que le provocaba repulsión y al mismo tiempo un profundo alivio. Sabía que estaba seguro bajo aquel abrazo protector. Pensaba disfrutar de aquello hasta que el dolor cesara o mucho más tiempo si es que podía. Solo tenía que dejar que lo rescatara por última vez...    
Sophie Black



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Este es un fanfic (oneshot) para Emmett. Ambientado en el mundo de Harry Potter, creado por J.K. Rowling. 

Breve encuentro:

Se despertó con calma, mucho antes que sus compañeras. Tomó su tiempo para salir de la cama y alistarse. Se dio una ducha caliente y luego de vestirse con el uniforme se dirigió al gran comedor. Los pasillos, inclusive las mesas de cada casa, estaban casi desiertas en aquel horario. Muy pocos madrugaban tan temprano así que pudo disfrutar de un apacible desayuno mientras leía las pobres noticias del Profeta. Y en cuanto el lugar comenzó a llenarse de alumnos se largó a dar vueltas por el castillo. Tenía que hacer tiempo hasta que diera comienzo la primera clase de ese día.



Cuando faltaba un cuarto de hora para que empezara la clase de pociones optó por esperar en un pasillo poco concurrido que se encontraba estratégicamente cerca del salón de clases. A pesar de que las mazmorras eran uno de los sitios más fríos del colegio ella ya estaba acostumbrada.  En aquellos momentos, cuando no tenía nada que hacer más que esperar, el tiempo pasaba con extremada lentitud y le habría gustado tener un giratiempo o algo con lo que entretenerse. Se situó contra una pared, cerca de una antorcha y comenzó a jugar con las sombras que el fuego producía.

No pasaron ni tres minutos antes de que oyera un par de pasos apresurados acercarse a la distancia. Pensaba que el alumno que fuera a pasar por allí la ignoraría y seguiría de largo. Era lo más sensato que podían hacer ya que ella no quería perder el tiempo con nadie, estaba más que perfecta sola. Pero todos sus ideales se derrumbaron junto con su cuerpo cuando un grandulón la llevó por delante. De sus labios escapó un grito de indignación mientras el ágil muchacho rodeaba su cintura y la hacía girar para que no cayera sobre el suelo sino que sobre él mismo.
Un par de minutos le costó recuperar el aliento luego de aquella caída. Permaneció encima del chico, mirándolo con enorme ira contenida en los ojos, sin saber muy bien qué hacer. Si abría la boca solo lograría decir una extensa lista de insultos que siempre tenía preparada para ocasiones como aquella. Sin embargo aquel sujeto que la penetraba con la mirada conocía cada letra de aquella enumeración de maldiciones. Entonces cerró los ojos y se rindió ante la silenciosa sonrisa que le dirigía. ¿Qué más podía hacer?
Fue cuestión de segundos para que ambos rostros cortaran toda la distancia que alguna vez había existido. Los labios masculinos, cálidos y al mismo tiempo helados, se apoderaron de la boca femenina con sabor a fresas. Por su parte, ella disfrutó del sabor a café fuerte y placentero que él tenía mientras con sus pequeñas manos delineó el ángulo de su barbilla hasta llegar a sus lacios y oscuros cabellos para despeinarlos por completo.  Podía sentir los ardorosos dedos colarse por debajo de su camisa y de su falda, apoderándose del calor de su cuerpo con agonizantes caricias.
Diez largos minutos duró la guerra entre ambos cuerpos. Hasta que ella se separó, con la excusa de recuperar el aire. Se puso de pie y acomodó su uniforme, que había quedado hecho un desastre luego de las libertades que se había tomado el slytherin. Tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no volver a arrojarse sobre el castaño y seguir con aquello que habían empezado. Pero consiguió alzar el rostro y mirarle con cierto aire altivo antes de retirarse de aquel pasillo desolado y asistir a clases.  


Sophie Black
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