Hey! Gracias por leerme! Este es un ejercicio para el taller que me costó mucho, ya que lo armé con frases que nos dio el profesor. El problema es que tuve que colocar todas las frases al principio y al final de cada párrafo. Este es el resultado. Espero que les guste.
Jalando hilos, jugando con marionetas
Los
dos sujetos estaban parados en medio de la calle, con los brazos abiertos en
cruz. Era de noche y estaba bastante oscuro para que algún simple mortal los
pudiera ver. Sin embargo él notaba que ambos llevaban los ridículos vestidos
negros de siempre. Incluso alrededor de sus cuellos colgaba la tan
característica cruz de madera, ya pasada de moda hacia más o menos un siglo.
Tan sólo debía mirar aquellos ojos, cegados por la falsa ira de Dios, para
sentir puro asco y repulsión. No importaba cuánto tiempo pasara, los sacerdotes
seguían siendo una espina en el trasero que, por más intentos que hiciera, no
podía sacarse de encima. Así que los iluminó con los faros de su moto y
contempló el asfalto. Dos sombras de algodón negro. Qué desperdicios. Fantasmas
eran los de la infancia.
Una
pequeña y otra más grande. Iba a ser fácil. Hizo rugir el motor de su moto y
sonrió de lado. No había nada más bueno que una pelea antes de que saliera el
sol. De vez en cuando le venía bien un poco de ejercicio. Por eso mismo aceleró
a fondo y enfrentó a los dos párrocos que lo esperaban con inhumana paciencia.
Pasó junto al sujeto que llevaba consigo el demonio de menor tamaño y le
acarició la mejilla. Mientras daba la vuelta para enfrentarse al siguiente oyó
el delicioso sonido de un cuello roto. Volteó y su sonrisa se ensanchó. Ya
sabía hacia dónde tenía que dirigirse, esta vez pensaba atacar de frente y sin
desvíos. Pero un disparo le señaló el camino.
–Vampiro – gruñó la bestia dentro del cura,
cuando notó que la bala no le hacía ningún daño.
–Jacques – le corrigió el aludido.
Con
unos tenía un nombre, y con otros, otro. Pero si había algo que detestaba era
que lo llamaran con aquel calificativo. En realidad él no recordaba haber
tenido un nombre, había dejado atrás su vida como mortal. Era molesto tener que
escarbar en el oscuro entramado de su mente para buscar un simple nombre. Por
eso prefería dejar el pasado intacto y olvidado. Inventar apodos, crear
infinitas identidades, aquello resultaba mucho más sencillo y divertido. ¿Por
qué debía conformarse con ser la triste criatura que había sido en el pasado
cuando ahora podía ser quien quisiera? No existían las limitaciones, no existía
el tiempo, no existía nada capaz de entrometerse en su camino. Ni siquiera
existiría aquel insignificante demonio dentro de unos minutos. Volvió a
acelerar y elevó un brazo, dejando que de la manga de su chaqueta escapara una
soga de cuero. Tres latigazos fueron suficiente.
Sin
embargo alguien daba vueltas alrededor del lugar. La vio: no era ni un animal
ni un monstruo. El dulce aroma que inundó sus fosas nasales se lo confirmó. Se
trataba de una apetitosa figura femenina que quizá había contemplado la agresiva
escena desarrollada minutos antes. ¿Llamaría a la policía? Tenía que marcharse
de allí antes de que llegaran más problemas. Una sola persona no podía arruinar
su noche. Todo lo contrario, podía terminar de hacerla perfecta. No importaba
ese extraño presentimiento que lo invadía por completo. Algo invisible le
acarició el cabello y el cuello.
Entonces
ella surgió de la penumbra y no tuvo miedo. Era maravilloso que la presa
acudiera a él con tanta voluntad. La mujer terminó de acercarse y no se oían
sirenas en la lejanía. Parecía querer seducirlo, contoneaba sus caderas de
manera coqueta mientras sus tacones golpeaban el suelo. Incluso se tomó su
tiempo mientras se inclinaba sobre la moto para lucir mejor su prominente
escote y acariciaba con descaro el salpicadero, deslizando sus dedos sobre el
frío metal. Actuaba bien. Casi había logrado engañarlo.
–¿Te invito a un tomar trago, preciosa? – propuso con
voz ronca por la inminente sed.
Vestía de negro y asustaba con sus movimientos. Acababa
de asesinar a dos hombres en la oscuridad de una calle desolada y ella no
parecía preocupada en absoluto. Aceptó a la invitación con un ágil movimiento,
se subió a la moto y le rodeó la cintura con sus finos brazos. Así
que ante la obviedad de los hechos él arrancó y se dirigió hacia su bar
favorito. Seguía sintiendo un extraño cosquilleo en la nuca, pero se limitaba a
disfrutarlo. No muy a menudo tenía el placer de sentir aquel tipo de cosas. Al
llegar abrió la puerta del bar, un gesto que hacía décadas no se usaba. Entró
detrás de ella y respiró hondo. Algo en
aquel sitio había cambiado. O quizá era él.
Ella era una mujer difícil de conformar pero fácil de
engañar. Lo supo enseguida. Sus brillantes ojos azul marino no paraban de
interrogarlo y su lengua no dejaba de moverse ni siquiera para darle un
respiro. Se dio cuenta demasiado tarde de que los motivos por los cuales ella se
impulsó a seguirlo hasta allí eran su insaciable curiosidad e inocente torpeza.
Llevaba una larga hora empujando sus copas con un gentil gesto para que el
alcohol la callara de una vez por todas. Pronto estaría tan embriagada que
aceptaría sin dudar acompañarlo a un lugar mucho más privado. O quizá no hacía
falta que siguiera bebiendo.
–No más, querida. Ya ha sido suficiente vodka por hoy – reprendió
separando la copa de la dulce mano.
Era un tipo que ya no tenía ningún misterio. Tal vez estaba tratando con una simple tonta,
pero podía estar seguro de que ella ya lo sabía todo. Por eso creyó que
apartarla de la bebida era lo correcto. Solo debía jalar de ella y lo seguiría.
Eso pensó antes de que el cuerpo voluptuoso se arrojara sobre él sin darle
tiempo a reaccionar. Qué irónico, sus reflejos habían sido pisoteados por una mujer,
una simple humana. Alguien tan peligroso como él se había dado el lujo de
dudar, era imperdonable. Se maldecía mentalmente mientras dejaba que los dulces
labios femeninos acariciaran los suyos, que sus frías manos recorrieran las
curvas del diminuto cuerpo que tenía a su merced, que la húmeda lengua de ella
lamiera sus colmillos. ¡Demonios, todo se escapaba de sus manos, estaban yendo
muy lejos! Un arrasador calor los dominó por completo, arrullándolos en un mar
de placer. Ardían como estrellas en el cielo nocturno. Fuegos artificiales. Eso
eran.
Pero ella tenía una manera única de manifestar lo que
no le gustaba. En cuanto quiso atraerla más hacia él, para así poder cargarla y
llevarla lejos, ella se resistió. Los dientes se clavaron con fuerza sobre su
lengua, le perforaron el músculo sin piedad. Abrió los ojos con espanto al
notar el sabor metálico de la sangre, su propia sangre. El dolor se mezcló con
la ira y ella lo notó aterrorizada. ¿Pensaba salir
con vida? Enterró sus dedos en los hombros de la mujer y la atrajo hacia él,
sin permitir que pusiera resistencia. Le hincó los dientes en su delicado
cuello y comenzó a beber con avidez, provocando grotescos sonidos con su
garganta cuando esta tragaba los borbotones de sangre. Pensaba apoderarse de
aquella vida que oscilaba al borde de sus colmillos.
El de cabello rubio ya no le gustaba nada. Había
pensado que sería divertido jugar con un hombre que se encontraba en medio de
una calle oscura. Estaba segura de que él andaba buscando alguna ramera con
quien divertirse aquella noche. Así que el destino se lo había dejado allí para
que ella jugara un rato. Aceptó tomar algo, dejó que él la llevase y se encargó
de exprimirlo con preguntas. Sin embargo sus respuestas eran vagas, carentes de
seguridad, una mentira tras otra. Por eso mismo comenzó a dudar, creyó que un
poco de alcohol la ayudaría a dar el siguiente paso. No podía ser tan cobarde y
arrepentirse en aquel momento, no después de haberlo seguido hasta allí. Debía
admitir que lo deseaba, desde que lo había visto sobre su moto, sonriendo de
aquella manera, un deseo irrefrenable la había dominado. Quería creer que él
también sentía lo mismo, que él no la consideraba una mujer más. Era una tonta
virgen y quería o intentaba imaginar que ella no iba a durar una sola noche.
Necesitaba aferrarse a aquella fantasía: estaban perdidos y se encontraron.
Era fuerte y nunca le importaba lo que
pensaran los demás. Siempre había vivido en su mundo de fantasías, ajena al
resto. Pero todo había cambiado hacía un par de semanas atrás. Que sea rubio
original, le pidieron. ¿Quiénes? No lo sabía muy bien. Eso era lo que más
le había dado confianza. Aquel pálido y rubio motociclista era lo que le habían
pedido. Sin embargo no tuvo el valor de hacerlo. Intentó resistirse, impedir
que la llevara con él. Cometió el peor error de su vida al morderlo, presa del
pánico. Lo que ocurrió luego fue demasiado rápido y agresivo. Pensó dejarse
matar, no pelear por aquella vida que era suya. Pero no podía hacerlo.
La chica lánguida sacó lo que se guardaba. Elevó la
mano en la que aferraba una navaja y la clavó en la axila del vampiro. Juntando
sus últimas fuerzas deslizó el arma blanca hasta la cintura masculina y aprovechó para echar a correr. No podía creer cómo luego de
perder tanta sangre podía seguir en pie, pensar con tanta claridad mientras el
corazón bombeaba acelerado y su cuello seguía perforado. Sin embargo descubrió
su coche estacionado a unos metros del lugar y con manos temblorosas sacó las
llaves de su bolsillo, se adentró en el vehículo y se marchó. Aunque sabía que
jamás podría escapar. Un día. Una semana. Un mes. Un año. A él debía darle lo
mismo. Él tiempo no era su medida.
Lo supo cuando se detuvo en el primer semáforo. Sentía
que la paranoia se apoderaba de su mente. Creía que en cualquier momento él
aparecería. Su cuerpo experimentaba horribles temblores, dominado por el trauma.
Pero lo que más la espantaba era que a pesar de la sangre en su ropa, en el
coche, en todos lados, no había más orificios en su cuello. Volteó esperando
encontrarse con él, pero lo que vio la desorbitó. ¿Aquello qué significaba? En
el asiento trasero del auto, alguien había dejado su muñeca rubia. Tenía el
cuello cortado…
Había una enorme posibilidad de que su noche se
arruinara. Jamás se imaginó que aquella mujer lo llevaría hasta aquellos extremos.
Se dio cuenta demasiado tarde del error que acababa de cometer cuando la herida
que le había hecho la desgraciada comenzó a cicatrizar con avanzada rapidez.
Ahora que había escapado no podría matarla. Pensaba guiarse por el dulce aroma
de su sangre que le recorría por los torrentes de venas. Pero cuando la
fragancia de ella se extinguió por completo supo que ya no había más vida para
ella. Era un caso perdido. Así que fijó su atención en los cientos de ojos que
lo miraban con distintas expresiones de asombro y miedo. ¿Podían ser los
humanos más molestos y desagradables aún?
–¡¿Qué diablos miran?! ¡¿Quieren ser los siguientes?! –
exclamó sin una sola gota de paciencia.
Entonces las miradas se desviaron de él. Seguramente
aquel suceso saldría en las noticias, pero cuando empezaran a buscarlo él ya
estaría demasiado lejos. Se marchó sin preocuparse por pagar las bebidas y
montó en su moto. Estaba por olvidarse de todo cuando notó un papel, un mensaje
para él. Se rascó la nuca, porque volvía a sentir el molesto hormigueo de nuevo
y tomó la carta. Abrió el sobre, en letras rojas estaba escrito: “Por fin lo
abriste, ahora da la vuelta”. Y se dio vuelta.
Sophie Black
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