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Necesito orinar. Las copas suben y bajan acariciando los labios de los presentes y se deleitan sacudiendo el líquido en su interior, haciendo música con los inquietos cubos de hielo. Comienzo a temblar como una gelatina. Hay demasiada agua en mi interior. La represa puede estallar en cualquier momento. Muchos adolescentes bebiendo alcohol. Yo soy un hombre viejo, fuera de lugar. Las carcajadas explotan dentro de mi cabeza. Es el cumpleaños de mi sobrina, por supuesto que todos se divierten. Excepto yo. Nadie más es consciente de que debo ir al baño. Una urgencia, de eso se trata. Pero todos me ignoran. Tal vez no existo. Intento pedir un trago, aprovechando el momento de distracción. Dos bonitas camareras pasan de largo con bandejas repletas de comida. Allí la gente va a engordar, como si quisieran ser llevadas al matadero cuanto antes. Mientras más grasa menos años de vida. Mi plato es un intrincado diseño de color verde. Estoy cansado de comer hojas. 

Llamo la atención de una chica que pasa justo a mi lado con una bandeja vacía. Ella se queja, creo que he rozado con mi mano en un sitio poco correcto. Me gustan esas clases de lugares. Es agradable ver el rostro enfadado y colorado. Ella es flaca y no le sobran lugares donde agarrar. Todos los empleados del lugar parecen delicadas figuras de plástico. Están pensados para hipnotizar. Sacudo la cabeza a un lado y al otro. Le intento pedir un trago. Mi hermana Laura repara justo en lo que estoy haciendo. Me echa un largo vistazo, como si recordara haber nacido un par de años después de alguien con un ridículo parecido a mí. Se interpone en el camino que me separa del éxito y cancela todo. ¿Por qué no puedo beber alcohol? Soy el único que no ha tocado uno solo de esos vasos con colores llamativos. Estoy cansado de tomar agua. Realmente tengo que ir al baño.

El bar es un laberinto. Pasan los minutos y solo quiero perderme. Las caras están por todos lados. Ocho, dieciocho, veintiocho pares de ojos clavados en mi espalda. Laura me dio claras indicaciones para llegar al otro lado del lugar. Sin embargo no contó con los obstáculos. Es difícil concentrarse en esquivar a las personas con bandejas. Encima hay sillas en el camino, estoy seguro que no deberían estar justo por donde quiero pasar. Alguien me está manipulando. Se me antoja regresar con Laura. Siempre sabe decir lo que necesito escuchar. Por ella estoy en este bar. No puedo estar lejos de mi hermana. Me apresuro en llegar al baño. 

Los minutos se me adelantan. Me encuentro corriendo. Esta vez nadie me detiene. Cuando mis pies se aceleran es muy común que me sostengan de brazos y piernas, las manos de varias personas apresando mi cuerpo. Hoy tienen piedad. Es un día especial. Mi sobrina cumple dieciocho años. Yo también bebía alcohol a su edad. Me detengo. Siempre observo el cartel del baño antes de entrar. Me parece ver que hace señas, me invita a pasar. Cuando encuentro los mingitorios vuelvo a dudar. Es tan común en mí. Me lo hacen a propósito, no puedo decidirme por ninguno. Si están muy cerca de la puerta o muy lejos de la pared del fondo, ninguno me agrada. Acaricio el contenido de mi bolsillo. Me decido por un cubículo y juego con las pastillas que guardo con tanto cuidado. A Laura le encanta regalármelas. Es hora de que se vayan por el retrete. Tiro de la cadena y el sonido del agua alimentándose me distrae. Entonces alguien entra al baño. Dos voces dialogan entre ellas. Se escucha un disparo. 

Intento calmarme. No es bueno dominarse por el pánico. Tener la mente en blanco es mejor para esta clase de situaciones. No esperaba que me encontraran tan pronto. Comienzo a preocuparme por la seguridad de mi hermana. Es mientras pienso en Laura que decido actuar en lugar de quedarme oculto dentro de aquel asfixiante cubículo. Arranco el hilo de la cadena que cuelga de la caja de agua y ya me siento invencible. Salgo dispuesto a darlo todo con tal de no morir. Sorprendo al asesino estando de espaldas y comienzo a asfixiarlo con la cuerda alrededor de su cuello. En medio del forcejeo tropiezo con el cuerpo del herido de bala. Esta muerto. Lo veo con espanto. Pierdo el equilibrio y me estrello contra un espejo. No deberían haberlo puesto ahí, claramente esta en medio. El asesino logra escapar de mi agarre. Mis manos encuentran pedazos de vidrio en el suelo y lo ataco. La piel se abre, la sangre brota como por arte de magia. Comienzo a temblar tendido en el piso.

Cuando Laura me encuentra ya es demasiado tarde. Ella pega un grito espantoso. Apenas puedo escucharla. Alguien está llorando muy fuerte. Es molesto. No puedo moverme. Siquiera entiendo lo que está ocurriendo. El baño debe ser una carnicería. Me apena que mi hermanita tenga que verlo. 

—¡Alguien ayúdelo, se está muriendo! —grita una mujer. 

Casi juraría que es Laura. Se inclina sobre mi cuerpo y susurra mi nombre. Lo repite tantas veces que parece un canto de cuna. De repente tengo sueño. Pero quiero hablar. Me gustaría explicarme, poder contar lo ocurrido. Soy mi único testigo. 

—Tenía que hacerlo. Sino ellos me mataban —le dije.

Su cabello largo hace cosquillas en mis mejillas. Sonrío como un niño pequeño. Estoy casi seguro de que ella me comprenderá. 

—¿Ellos? —me pregunta entonces—. Acá no hay nadie, Julio. ¿Estás tomando tu medicación? 

Siento la traición atravesando mis venas con sus fríos puñales de hierro. Creo que olvidé arrojar una pastilla. Duerme en lo profundo de mi bolsillo y pesa demasiado. Yo solo quería un poco de alcohol. Pero ellos están por todos lados. Nunca puedo estar tranquilo. 

—Necesito orinar —alcanzo a decir.

Sophie Black
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Profanaron el jardín, irrumpieron al caer la noche. Los hombres del pueblo vinieron sin dar aviso. Arrancaron a mi dueña de su santuario. Blasfemaron en su rostro pétreo, tallado por el repentino horror. La acusaron de asesina; bruja. La juzgaron sin piedad: culpable.

En el jardín procedió el castigo. Los gritos erizaron mi pelaje negro. No pude apartar la mirada. El brillo carmesí me dejó mudo. Igual no me escuchaban, apenas repararon en mi presencia para adjudicarme alma de demonio y propinarme una patada. A ella, la mataron. 

Le arrancaron el cabello y la piel antes. Mi dueña yació en el césped, sin vida. La bruja acudió en vano, presenció el carnal escenario y mostró una total ausencia de emociones. Los hombres la ignoraron. Me ofrecieron parte del sacrificio, me arrojaron la carne y aguardaron. Esperaban que mostrara ser tan animal como ellos, aunque sólo fuera un gato. 

No los defraudé. Mordí la esencia misma de mi dueña. Bajo el brillo de la pálida luna mis dientes se tiñeron de su sangre. Mi corazón se revolucionó con el festejo final de las bestias. Clavé mis ojos en la bruja, por última vez, observé su espalda alejarse. 

La inocencia muerta apestando mis fauces, esa misma noche, en el jardín, juré vengarme.


Sophie Black

Este escrito está relacionado con un texto de Marosa di Giorgio que pueden leer en la reseña que hice de un libro de esta escritora. Se encuentra en la entrada anterior.
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Título: Rosa Mística
Autor: Marosa di Giorgio
N° de páginas: 93
Editorial: El cuenco de plata
Sinopsis: 
Si nada persiste en su ser, cualquier individuo puede fundirse en su contrario y por ello el gran modelo del mundo de Marosa di Giorgio es erótico: César Aira ha intuido que sus relatos eróticos de la última época no difieren mucho de su poesía porque se diría que “toda su obra confluye hacia el erotismo”. [...] En sus historias no hay parejas convencionales de hombres y mujeres: la realidad copula en cualquiera de sus términos femeninos y masculinos, no importa su identidad, sean ángeles, hurones o niñas. Con formas fálicas, concavidades de vulva, humores, bisbiseos, intenciones, raptos, esponsales, todo el dinamismo del amor es la verdadera potencia del cosmos, donde los seres se atraen e interpenetran, y los signos se dilatan, levan, estallan. Rara vez en la literatura puede hallarse semejante éxtasis sexual, esa inocente inventiva obscena, esa alegría ritual, esa sombría y peligrosa corporalidad imantada. Jorge Monteleone

Vengo a presentarles una lectura bastante especial. Llegó a mi por medio del taller de escritura al que asisto. Me sumergí por primera vez en el mundo de Marosa di Giorgio y su erotismo, con un texto breve, poético y muy especial. Desde ese entonces su narrativa es atrapante y las historias que ofrece rozan casi lo perturbador.

Marosa di Giorgio  fue una escritora uruguaya que se aventuró en una prosa sumamente inusual y sin precedentes en la historia literaria de su país, que produjo intriga y fascinación, tanto en la crítica como en los lectores y lectoras del mundo.

En su libro Rosa Mística se la observa explorando desde diversos puntos de vista el rol de la mujer en una silenciosa, y al mismo tiempo llena de gritos, critica al sexismo desde muchas formas. En este libro los personajes tienen relaciones sexuales de mil maneras distintas pero siempre arraigando el mismo acto. No importa si se trata de personas humanas o incluso animales. La violencia y el salvajismo es algo que se repite. Es increíble cómo cada pequeño texto ofrece un millón de interpretaciones, dependiendo de quién lo lea.

Es difícil de explicar lo que esta lectura genera en uno mismo. La narrativa de Marosa es fuerte, causa impacto. Creo que pone todo de cabeza. Tiene un toque poético, lo cual impide que sus escritos terminen de ser cuentos. Y con esta poesía genera un mundo aparte, un mundo sinéstesico donde los sentidos se mezclan, se confunden, no son los clásicos que conocemos. Entonces una manzana sabe aterciopelada y una flor suena como la melodía de un piano. ¿Me explico? Marosa juega con los colores y las flores de forma rara, única. Nada es lo que parece y todo es lo que nosotros mismos interpretamos. Arte.

El libro se divide en dos partes. La primera con textos cortos, que difícilmente llegan a ocupar una pagina o un poco más. Cada cual plasma una idea, una historia, un algo mágico y perturbador en el que detenerse a pensar y analizar. La segunda parte es un relato más extenso, podría decirse que casi una pequeña nouvelle, llamado Rosa Mística. 

Para cerrar esta reseña paso a dejarles el texto que leímos en el taller, con el que conocí por vez primera a Marosa.

Me dijeron que estaban carneando a una mujer. Que fuera. Pregunté si la conocía; no. Entonces, fui.
Ella ya estaba en un círculo, le habían quitado la piel. Había quedado roja como un tomate. Era un tomate gigantesco. Le habían sacado ya varias tajadas grandes, la mitad del pelo negro. Ella aún miraba como una oveja, o un serafín. Daba pequeño jadeo, jaleo, gemido ronco, bajito. La nombraron Amelia, Delia, Rosa, Emilia, Carmen, Libertad, todos los nombres y por uno solo.
Le sacaron la otra mitad del pelo, que ella quiso retener con su mano roja, y aún quedaba un pedazo de señora.
Al fin, la liquidaron.
Al gato, que siempre había vivido en el jardín, le entregaron el sexo, rojo, cerrado, delicado, grueso, rodeado de pestañas negras, y el gato lo comió con miedo y gusto, mirando hacia los hombres como diciendo Vean; vaciló, sí, al principio. Luego, se agazapó mirando a la luna que subió de golpe, casi hecha con granos de uva, y en un lila aterrador jamás visto.  
¿Qué opinan? Ofrece una descripción que ayuda a visualizar lo que ocurre. Genera cierto trauma y terror con lo que plasma. No resulta un simple texto erótico, común y corriente. A mí particularmente me hizo pensar en el juicio a una bruja. Un compañero del taller pensó en la condena a una mujer por 'puta'. Mientras que otra chica pensó en adulterio, una condena por infidelidad. ¿A ustedes que se les ocurrió al leerlo?

Quizá no sea una lectura para cualquiera, pero me parece interesante difundirla y que otros puedan conocerla.

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–Abuela, ¿qué es ese olor tan asqueroso? –preguntó su nieta de siete años, con la pequeña nariz arrugada para acompañar al comentario.

–¡Huele a mierda! –exclamó el hermano mayor, con la adolescencia comenzando a causar estragos en su vocabulario. 

–No lo sé, terminen de almorzar antes que su padre venga a buscarlos. Vamos que se les hace tarde sino... 


Edna también arrugó la nariz y se preguntó, quizá por enésima vez, de dónde provenía aquel espantoso hedor. La presencia poco bienvenida se había ido instalando en el ambiente de la casa desde hacía ya unas semanas. Sus nietos ya no lo toleraban. Ella culpaba a su marido, que llevaba ausente hacía ya demasiado tiempo. El pequeño viaje que Rigoberto había planeado para visitar a su hija, que vivía en la otra punta del país, lo había demorado más de lo esperado. A ese paso ella tendría que hacerse cargo del obvio problema. 

 –Mamá, algo huele a podrido –le advirtió su hijo cuando pasó a buscar a los niños. 

Ese comentario fue el colmo, el empujón necesario para investigar mejor, de una vez por todas, la procedencia de tal pestilencia. Quizá una rata muerta, pensó mientras caminaba por la casa. La peste se hacía cada vez más fuerte a medida que se acercaba al garaje. Abrió la puerta con la misma naturalidad de siempre. Ni se sorprendió al ver la habitación amplia y oscura, sin rastro del auto que su marido se había llevado. 

Entonces un único detalle llamó su atención. Un movimiento casi imperceptible. Al encender la luz sus ojos demoraron en acostumbrarse al brillo y luego se fijaron en el militar camino de insectos. Marchaban con una cadencia hipnotizante, guiaban hacia el objeto que los atraía con una promesa manchada en el aire. Ahora sabía qué desprendía el gran hedor: el viejo refrigerador que Rigoberto había comprado de oferta, un mes atrás, a la hija de la vecina. 

–Ella dijo que es una capsula del tiempo, ¡eso significa que debe congelar de puta madre! –explicó su marido la vez que apareció con el congelador recién adquirido–. Además sólo me cobró cincuenta pesos… 

Parecía que hubiese sido ayer cuando discutieron por culpa de ese trasto. Sin embargo allí estaba ahora, luego de haber perdido media batalla contra su esposo. Habían acordado que el freezer se quedaría en el garaje y sería utilizado en casos de extrema necesidad. Edna comprobó que no estaba enchufado y, por ende, no se encontraba en funcionamiento. Así que el problema residía en el interior de aquella caja blanca e inútil. 

Cuando abrió la puerta del refrigerador notó el aire condensado y apestoso que se lanzó sobre su rostro, como si quisiera atacarla. Se vio obligada a retroceder un par de pasos y sacudir una mano para ventilar. Tosió, se demoró en volver a llenar sus pulmones y enfocó la vista en su descubrimiento. Los insectos estaban por todas partes, se revolvían sobre el gran festín de carne. Por un instante la imagen fue nauseabunda y luego el reconocimiento trajo al pánico. Edna volvió a cerrar la puerta y se alejó a toda prisa. Sus manos temblaban mientras discaba los números en el teléfono. 

–¿Policía? Creo que tengo a la vecina en el refrigerador, la vecina… ella está… en el refrigerador… 

Lo repitió, una y otra vez, presa de un llanto silencioso. Al otro lado de la línea intentaron calmarla, Edna aceptó permanecer en la puerta de su casa hasta que llegara la patrulla. 

Sophie Black

Escribí esta historia en base a un ejercicio del taller de escritura, donde debíamos basarnos en una noticia insólita y crear la historia detrás. Así que yo encontré esta que me pareció re interesante. Es decir que más o menos este cuento se basa en hechos reales ♥
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VERBORRAGIA MENTAL


La vida es una mentira. Desde el comienzo hasta el final. Promesas falsas. Deseos insaciables. Sueños inalcanzables. Horas inacabables. La vida es una farsa. El peor engaño de todos. Ficción pura y frustrante. La vida es esa historia que te cuentan al principio, cuando eres apenas un niño. Ser adulto, la gloria misma. Un castillo en medio de las nubes. Alas de papel. La vida es una venda sobre los ojos y llevarse por delante todo lo que se interponga. Es esa rosa con espinas. Esas cadenas que te amarran al suelo. La vida es un peso en la espalda, una soga al cuello. ¿Qué es la vida? Una ilusión. Un problema sin solución. 

Quitenme la vida, que quiero volar. En busca de libertad, más allá de la existencia.

9:59 pm on sunday, february 14, 2016
Almost happy birthday to me...
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Título: Que el mundo me conozca
Autor: Alfred Hayes
N° de páginas: 155
Editorial: La bestia equilatera

Sinopsis: 
Todo comienza con un guionista de Hollywood durante una fiesta en una casa frente al mar. Está solo y aburrido, y para evadirse de la charla convencional sale a la terraza y ve a uno de los invitados, una chica, que camina hasta la orilla. Primero no hace más que admirar su figura, pero en seguida advierte que ella quiere suicidarse y se precipita a la playa para intentar rescatarla. Un acto de compromiso, que tiempo después va a lamentar.
En esta nueva novela, Alfred Hayes toma a dos personajes característicos, el escritor cínico y una aspirante a actriz, y describe la relación entre ellos revirtiendo todos los estereotipos de las historias de amor desencantado. Hayes sabe retratar como nadie a las personas que no pueden ayudarse a sí mismas y que tampoco pueden resistir la tentación de lastimar, y tiene el don de analizarlas y diseccionarlas con una precisión lapidaria. Esa visión de la conducta humana es, como en Los enamorados, despiadada pero admirable. Con su arte refinadísimo, Que el mundo me conozca proyecta en la página un relato conmovedor en el que ningún valor permanece inalterado, salvo la verdad y la belleza.


Alfred Hayes (1911-1985) nació en Inglaterra, pero fue criado en Nueva York. 

No puedo ofrecerles una reseña imparcial y objetiva, no después de quedar completamente obsesionada con la narrativa de este hombre. Así a continuación les diré con mis palabras cuán maravilloso y perturbante resultó para mí este libro y este autor.

La historia comienza con un protagonista cínico y en apariencia cansado de la sociedad de la que se ve rodeado. Es un fuerte critico que, al mismo tiempo, parece tener destellos de alguien que esta perdido y no sabe lo que dice. Este hombre es quien termina rescatando a una mujer que a punto estuvo de ahogarse en el mar, por un posible suicidio. Y así es cómo se desarrolla todo, con este personaje sintiendo una extraña conexión hacia la mujer que salvó pero viviendo una de muchas aventuras. 

El modo en que se critica a la sociedad, en que se critica al mundo hollywoodense y en que las venas quedan abiertas para sangrar es sencillamente exquisito. Se trata el romance desde un punto alejado, con pinzas, con critica, con mucho cuidado. Lo importante esta en lo psicológico, en el constante disgusto que oculta cierto gusto, casi resignado, por mucho de lo que ocurre. 

"Se oyó el agua en el baño, y ella reapareció en seguida, lista para la noche, con una sonrisa que, pensé, había elegido de la pequeña colección de sonrisas que reservaba para esos casos." 
Hay que saber apreciar las imágenes que el protagonista va arrojando aquí y allá a medida que narra la historia. La forma en que lo hace tiene un ritmo atrapante. Así que se trata de una lectura fugaz, adictiva. Al igual que uno se enamora del patetismo del personaje narrador, él se enamora del patetismo que encuentra en ella: una joven mujer dañada.

"Posiblemente había oído lo mismo en una escena que era un duplicado fiel de esa: el coche estacionado sobre una colina, dos cigarrillos, y abajo la ciudad, que lucía como luciría el infierno si tuviera un electricista."
Por favor, el sujeto salta con este tipo de frases para dejarte sin aliento.  Cada vez que avanza la historia siguen apareciendo y uno necesita saber cómo sigue, qué ocurre a continuación, si las cosas cambian. Entonces es fácil identificarse con él o con ella, identificarse en la historia de una novela que fue escrita hace casi sesenta años atrás.

"Estaba encantada. Un alma: un alma de verdad. Nadie había usado esa palabra en años. […] Pero había sido un desperdicio haberse molestado en darle una, ¿no? Algo tan superfluo. Era una de las cosas que menos falta hacía. Un alma, qué tontería. ¿De qué servía, salvo para enredársele a una y hacer que tropezara en momentos difíciles, como un camisón demasiado largo?"

Es una novela que apunto a lo realista pero desde un sitio en la ficción y critica sin muchos tapujos. Eso queda más que claro. Sin embargo hay un par de detalles complicados. Primero está que en toda la novela es difícil dilucidar de qué trabaja el protagonista si no se lee la sinopsis. Segundo está el final que, personalmente, resulta un poco traumático porque se espera mucho más de este hombre y resulta que las esperanzas quedan aniquiladas. No quiero hacer mucho spoiler, así que sólo diré que el final deja un gusto raro en la boca. Pero al mismo tiempo es una deliciosa cuchilla que aporta al trauma y el goce absoluto de principio a fin de este libro.

¿Lo leyeron? Sino pueden conseguirlo a un buen precio y creo que no se van a arrepentir. Al menos yo no lo hice. Me gustaría tener otras opiniones, así que son más que bienvenidos a comentar al respecto.

Sophie Black
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Ya ni siquiera sé lo que significa luchar.

No sé cómo te sentís vos, pero yo siento que soy un pez. Con un anzuelo bien agarrado en la mejilla y una lancha alejándose por el mar. Y yo salgo del agua y vuelvo a sumergirme y salgo del agua y vuelvo a sumergirme. No alcanzo a que me suban a la lancha pero no puedo estar tranquila en el agua...

Yo a eso no le llamaría luchar.

Igual creo que, quizá, con un enfoque diferente tendría alguna pequeña solución y, quizá, eso de cambiar el enfoque es lo que más me molesta. No quiero que me suban a la lancha y al mismo tiempo parece la única solución, porque como en medio está el anzuelo...

¿Podría subir y bajar cuando quisiera? ¿Sería capaz? ¿Tendría la fuerza suficiente?

Sophie Black
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En cuanto la tinta sobra,
se derrama de sus heridas.
Esas que la vida le cobra,
sin lugar a despedidas.

Entonces las marcas gritan,
ese lamento sin palabras.
Las rosas se marchitan,
brincan en su cabeza las cabras.

Amor desquiciado,
con fecha de caducidad.
Aire viciado,
con tu perfume a soledad.

Existió un pasado,
se inventó una verdad.
Se lamenta haber dejado
que ganara la ansiedad.

Matame,
pidió con dulzura.
Ámame,
pidió sin cordura.
Dejame,
decidió con soltura.

Si haz de partir:
no mires atrás.
Si haz de sentir:
no mientas más.
Deja de sufrir,
con cada paso que das.

Sophie Black
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La sonrisa de la azafata es igual a una patada en el estómago. Me cansa los ojos, rojos e hinchados. Ella se percata y suaviza el gesto. Me sorprende descubrir que es la misma muchacha, delgada y rubia, que estuvo en el vuelo anterior; que me trajo a esta tierra olvidada en donde, hace bastante tiempo, llegué a nacer. Me pregunto si alguna vez alguien escribió sobre ella: la azafata, no el país que estoy dejando atrás. Hace una semana podría haber dicho que tiene una sonrisa sin igual. 

Aún no puedo quitarme el recuerdo de ese olor. Lo sentí primero con la nariz, luego vibró por todo mi cuerpo como una realización: así es como huele la muerte. Me lo dije en el pasillo del geriátrico donde aguardaba para despedirme de mi madre. Hacía meses que estaba atrapada allí y yo me rehusaba a visitarla. Tiene un corazón fuerte, decían. Pero ya no la dejaban despertar y tampoco le permitían morir. Se encontraba ausente cuando pasé a verla. Las drogas, se suponía, debían ayudarla. No me querían dejar hablar con ella. La imagen que yacía en la cama con los ojos cerrados y una respiración dificultosa no era más mi madre. No lo supe en cuanto la vi. El olor me lo dijo todo.

Aquel encuentro fue el casillero final de un extenso juego. Uno que a mi madre y a mí nos había gustado jugar. Donde las malas decisiones abundaban. Cuando mi padre murió comenzó la historia. Fue entonces que fui a un internado mientras que mamá se pasaba los días enteros trabajando. Fue entonces que un eslabón de nuestra relación se partió y la distancia comenzó a crecer. Quizá ahí fue que nació mi pasión por la escritura, cuando hacía unos vanos intentos por acercarme a esa madre ausente, mediante cartas. Esas que escondí en lo más profundo de mi armario y jamás envié. Al final, la mujer que me apoyó en mi sueño de convertirme en escritor, e iniciar una vida en el extranjero, fue una completa desconocida para mí; al igual que el cascarón vacío al que tuve que decir adiós. 

¿Cómo se despide uno de su propia madre? Aún sigo preguntándome eso. No puedo perderla, si es que nunca la tuve. No sé qué me llevó a terminar en este avión, ahogando el llanto entre el sonido de las turbulencias. Es demasiado tarde para enmendar mis errores. Ya todo está dicho y hecho. Mi madre no iba a despertar. De hacerlo no me iba a perdonar. La abandoné. Yo la convertí en lo que ahora es. Ella hizo de mí un gran hijo. Uno que realizó su vida lejos y regresó cuando ya era tarde. La metí en ese geriátrico como ella me dejó en aquel internado. Y regresé, quizá, para matarla, pero esa es mi forma de liberarla. Espero que no sufra más, porque vine a verla después de tanto tiempo y le susurré al oído la verdad absoluta: que siempre la amé. 


Sophie Black


Este relato fue un ejercicio del taller literario que consistía en una re-escritura del texto Madre de John Berger desde el punto de vista de un alter ego. Así que escribí esto pensando en mi tía que falleció este mes y su hijo que fue a verla por última vez. Personalmente no creo haber cumplido con el ejercicio...
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"Paren el mundo, me quiero bajar."


Resulta que llevo desde casi siempre huyendo a la verdad, a la figura de mi misma, a la realidad que me rodea constantemente y no puedo evitar de por vida. Pero se supone que ya no más.

Este es mi blog personal, al cual nunca me atreví a dedicarle mucho trabajo. A medida que pasaban los años siempre fui subiendo historias que escribía. Sin embargo ahora le dedicaré mucha más atención y no sólo va a tratarse de mis cuentos sino que ocuparé el espacio para subir otros escritos y hasta quizá reseñas o compartir cultura y arte con los que deseen leer. 

Como primer paso haré una breve introducción a mi persona, colgando dos autobiografías que escribí en el transcurso de este año. No dicen absolutamente todo de mi, pero tienen un poco de todo. Y estoy abierta a recibir preguntas. Al comienzo del blog firmaba cono Jessica Black, mi primer seudónimo pero luego pasé a firmar como Sophie Black y puede que en algún momento dado termine aceptando mi nombre. La primer autobiografía está ambientada en el futuro. La segunda en la actualidad. Las fechas indican cuándo fueron escritas. Ojalá disfruten la lectura.

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